lunes, 23 de junio de 2008

Atrévete, III

Por: Zarika Black

Cap III
Leginath caminaba de un lado a otro en una de las torres de la mansión. Tenía la vista fija en los movimientos de los hombres-lobo, parecían estar admirando la enorme casa, parecía, simplemente, una visita no guiada, pero su larga existencia le había demostrado que no tenía que fiarse de lo que parecía.Y esta intranquilo.En su mano reposaba un arco, y a sus pies, un carcaj repleto de flechas envenenadas, fabricadas especialmente para ellos. Mientras que a su lado, cinco humanos completamente armados, aguardaban sus órdenes de defensa y contraataque. Eran sólo cinco humanos de los 200 que había ido coleccionando en esa época, con los que se divertía, los cuales estaba dispuestos en guardia por toda la mansión.¿Qué buscaban? Seguía sin saberlo. Recordó que si fuera humano, de los nervios, se habría comido prácticamente todas las uñas. Sonrió ante ese pensamiento inconscientemente.Pero la sonrisa no le duró mucho, una furia había crecido dentro de él, amenazando con destruir todo a su paso.Divisó con gran agudeza dos sombras, que habían salido de alguna puerta secreta de la mansión, dirigiéndose hacia las verjas con gran rapidez. Una era un Satego, les gustaba alimentarse de los muertos, o por el contrario, se comían los órganos de los vivos, eran seres despreciables, poseían una fuerza impresionante, eran enormes, su poder residía en sus garras, afiladas y letales. Pero lo que encendió en él la furia fue lo que el Satego amenaza con una de sus garras, obligándola a caminar delante de él. Era Ankhara, cuya expresión era del más puro asco. - ¡No ataquéis! – Ordenó a sus siervos, puesto que ya habían empezado a tensar y a fijar su objetivo, el Satego.- No me gustaría quedarme sin juguete. – susurró para sí, entornando sus fríos ojos, dibujando una sonrisa sádica en su pálido rostro, disponiéndose a saltar de la torre.Con un salto limpio desde la torre, sin quitar la mirada del Satego y de Ankhara, se acercó velozmente, por detrás de éstos, amenazante.- Oye, ¿cómo te cuidas las garras?, digo, tu estilista tiene que tener mucha paciencia contigo… Oyó decir a Ankhara. En otras circunstancias hubiera soltado una gran carcajada, pero al ver cómo el Satego clavaba un poco más sus garras en su delicado cuello, su furia interna aumentó hasta el punto de que sus ojos fueron dos perfectos pilares oscuros de puro odio.- Eh, que sólo era una pregunta inocente, si te hubiera preguntado cada cuanto te duchas sería otra cosa…Ella sabía que él estaba siguiéndoles, lo sentía, y no se le ocurría otra cosa que burlarse aún más del Satego. ¿Cómo no?Ahora estaba seguro de que los hombres-lobo sólo era una distracción. Aunque lo raro de todo eso era que ¿desde cuándo un Satego trabajaba con Hombres-lobo?El Satego bufó. Y después, todo se oscureció.

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