sábado, 12 de diciembre de 2009

Los árboles mueren de pie II

Bueno, después de esto lo que sigue.
Tengo que ir avanzando uno a uno con mis proyectos, no puedo querer terminarlos todos de una vez.

Los árboles mueren de pie - Alejandro Casona.
Primer acto.

ISABEL Y MAURICIO.
Mauricio.- (...) Sonría. No hay ninguna cosa seria que no pueda decirse con una sonrisa.


Segundo Acto.

ISABEL Y MAURICIO
Isabel.- Entonces, ¿ de verdad crees que el arte vale más que la vida?
Mauricio . - Siempre. Mira ese jacarandá del jardín: hoy vale porque da flor y sombra, pero mañana, cuando se muera como mueren los árboles, en silencio y de pie, nadie volverá a acordarse de él. En cambio, si lo hubiera pintado un gran artista, viviría eternamente.
(...)
Isabel.- No se me ocurrió otra cosa. Una mentira hay que inventarla; en cambio la verdad es tan fácil.
Mauricio.- ¿No te ofenderás si te digo una cosa?
Isabel.- Di
Mauricio.- Tienes demasiado corazón. Nunca serás una verdad artista.
Isabel.- Gracias. Es lo mejor que me has dicho esta noche(Va a seguir. Se vuelve)¿Y tú no te ofendes si yo te digo otra?
Mauricio.- Di
Isabel.- Si algún día tuvieran que desaparecer del mundo todos los árboles menos uno..., a mi me gustaría que fuera ese jacarandá.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sofía se escribe con S XIX

Ser

“Ser o, no ser. Esa es la cuestión:
Si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más…” William Shakespeare.


Uno frente al otro, miradas distantes, vacías… Temor por lo desconocido. Siempre intentaron pensar igual, siempre intentaron ser -y aunque a veces no se pudiera-, estar, para el otro. Porque… Cada quien usa la imaginación como mejor le parezca, y aunque por más que se intente no todo se logra con la mente. Siempre queda un vacío.

Ohh, pero no debes estar triste, Susana, no me gusta verte así. Yo quiero verte feliz, riéndote de todo… ¿si? ¿Vendrás conmigo a la convención, verdad? “.Nunca pensó oír de sus labios decir aquello, nunca se lo había dicho a ella… Estaba Sofía, tras la puerta, contenía las lágrimas mientras el vacío de su corazón aumentaba; apretaba los puños de tal forma que parecía que sus uñas se clavarían en la palma de sus manos. Esperó a que él terminase la llamada para relajarse un poco, suspiró un par de veces, giró la llave y entró. “-Listo Sebas, ¿con quién hablabas? –Con Susana, pero no le des importancia, ¿vamos? -…Vamos.” Caminaba grogui por las calles, tomando del brazo a Sebastián, respondiéndole acertadamente, fingiendo- como siempre- estar bien; mientras en su mente aún se procesaba “Quiero que seas feliz, no me gusta verte triste"…

Desde aquel día todo había cambiado para Sebastián, la extrañaba demasiado. Sin ella, su mundo estaba realmente vacío, su memoria ¡Oh!, cuánto detestaba a su memoria. Ellos pudieron haber vivido hace 12000 años, pudieron haberse querido y aun así, aunque viviesen unos 8 000 años más, no la recordaría. Había dejado de sentir, era ahora una máscara tras otra, lo había perdido todo.
Nada nunca más sería como antes. No había sido escrito. No eran después de todos los amigos inseparables que alguna vez Sofía pensó que serían.

“-Extraño tanto como era antes -¿Cómo era antes? –Cuando tan solo me bastaba escucharte, para ser feliz. ¿Por qué nunca te diste cuenta que con una sola palabra tuya mi mundo… cambiaba? –Lo siento.
” Y hablaban, de todos modos no importaba. Tocan el tema una y otra, y otra vez. Ya no eran amigos… o bueno, si lo eran; pero ya nada era igual. Aunque a veces jugaban a serlo de nuevo y se hablaban como antes, y se miraban como antes… ¡Hasta sonreían como antes! Y andaban y jugaban juntos, mas en el ambiente reinaba siempre una sensación de angustia, de falsedad y felonía, hasta que ambos explotaban… Todo empezaba con un simple juego y de repente, la chispa, y ya estaban discutiendo.

Y la vida es un ciclo, y todo es un ciclo y
no hay dolor más grande, que el dolor de ser vivo. Ella tenía un problema, el principal según ella mismo: tenía la costumbre de idealizar a las personas, vivía en un cuento de hadas esperando a aquel príncipe que la salvara, a aquella persona que se preocupase por ella tanto como ella misma lo haría por esa persona. Quería un amigo de cuento, quería felicidad, quería…todo. Era eso o nada.

“-No Sabrina, no me esperaba la llama de Selene… supongo que te dijo. –La verdad, no… Creo que como siempre, tendré que adivinar. – Pregunta y yo respondo -¿Qué paso exactamente? ¿Por qué estás así con ella? ¿No ves acaso lo mal que la pasa? –Me molesté, la hice sentir mal, me hizo sentir mal, lo mejor fue darnos un tiempo solos. O al menos, fue lo mejor para mi -¿Estas celoso de Simón verdad? ¿Por qué? – ¿Quién te dijo? – Tú, la semana pasada – Ya sabes… - Sí, todos saben de tu falta de memoria, pero al punto Sebas… - Es que antes Sofía era como… mmmm… la que me contaba todo, la que me hablaba de todo sin pena ni nada… Pero después, cuando conoció a Simón ya no fue así. – Ok, entiendo. Pero son celos de… ¿hermano o de algo más? – No! No! De hermano, mejor amigo. La verdad es que creía, creo que Simón me quitaría a mi mejor amiga y así fue. – El no te ha quitado nada – Yo estoy aquí y ella allá, con él. No tengo mejor amiga – Ella siempre será tu mejor amiga – Sofía lo prefiere a él que gusta de ella. Ganó, me la quitó y si no, ya no es lo mismo de todas formas. –Bueno, eso es diferente, si ahora te sientes diferente, se entiende…”

Cuántos sueños, canciones, poemas; cuántos libros, películas, capítulos le dedicó en silencio. “¿Por qué no ves esta película, Sebas?, te va a fascinar…”. Él siempre lo supo, no era tan tonto, simplemente fingía no entender el mensaje. Tenían sueños juntos, imaginaban su vida juntos, como amigos, como si todo fuera tan fácil y estuvieran viviendo en una burbuja imaginaria, una burbuja compartida dónde ellos siempre sonreirían. Ella pudo haber hecho un libro de él, qué no escribir de él. Sebastián, había algo en él que la hipnotizaba, que la dejaba en blanco, la hacía sudar frío. Nunca había querido tanto a alguien. Quizá sí lo amaba de verdad, quizá sí era amor, quizá todo…o quizá nada, quizá imaginó todo.

“- Pero sabes, Sabrina, ¿te digo la verdad? Simón no me cae mal, aunque me haya quitado a Sofía, ahora… no sé, podría decir algo que tal vez la hiera, pero ella ya no es mi mejor amiga, sólo es una amiga más y no sé si pueda volver a ser como mi hermana. – Sí, lo será; tengo esperanzas –Esa palabra… - ¿Qué? –Nada; mira, una vez que pasa algo así es difícil que vuelva a ser mi mejor amiga – No creo, yo creo que aún siguen siendo mejor amigos. -… Sí, siempre he sido así…Mira, hay veces que la veo a lo lejos, triste, mirándome, esperando por mi… y pienso en acercarme y hablarle y contarle mis cosas, preguntarle por las suyas, pero después digo “No necesito hacer esto” y sigo de largo… - Sabes, Sofía se moría del miedo (se le veía en el rostro, créeme) cuando te hablaba de Simón, pensó que lo odiabas –No, no, para nada. Él me cae bien, hasta creo que tenemos cosas en común... O son ideas mías o él es muy similar a mí… -…. – Sabes Sabrina, ella me dijo que si yo se lo pedía le dejaría de hablar a Simón - ¿Sï? -Sí, estuve a punto de decirle que no sea patética, pues yo no haría eso por nadie, pero solo le dije “No lo hagas, él no me cae mal. Todo está bien” –Sigue – Pues le dije que quería arreglar cosas en mi vida, lo cual no he hecho aún… -… -Pienso que tal vez fracase, pero no lo sé, ella me dijo que estaba bien, me dijo muchas cosas tipo “No tendrás nunca un reemplazo” y cosas así… - ¿Está mal que te diga eso? – No, no, no lo veo mal, pero bueno, algunas cosas no las creí. Mira, cuando le dije todo lo que sentía, cuando le dije que me terminaría reemplazando por Simón y que ya estaba acostumbrado, que solo me dolería un momento…Me dijo que no, que yo era único y cosas así… - ¿Entonces? – Entonces no creí mucho de lo que me dijo porque al siguiente día, cuando estábamos juntos, solos en nuestro” momento me dijo “Lo extraño”…Y yo, y yo… ”

Luces blancas, pasadizos, el cielo, el infierno, el vacío, dolor, paz… La muerte ha sido interpretada de tantas maneras. ¿Dé cuántas formas puede morir una persona? ¿Hay remedio contra ella, la muerte? La habitación de Sofía seguía tal como la última vez que había estado en ella, Sebastián no pudo soportar la tentación de verlo, su letra, su firma, su sangre y un título…


“Ser y no ser nada… Ser...”

martes, 25 de agosto de 2009

Sofía se escribe con S XVIII

Sebastián
Sebastián, pórtate bien ¡eh!” Ella solía guiñarle un ojo, sacarle la lengua e irse corriendo como una niña pequeña. Habían crecido prácticamente juntos, tantas cosas ocurrieron desde que se conocieron; tantas risas, tantos sueños, ideas, proyectos y en estos últimos meses, tantas riñas, peleas. Él siempre se preguntó el por qué de todo lo que sucedía, no quería echarle o echarse la culpa. Sólo que… “Las personas cambian… Mira, Sofía no se que fue lo que cambió que hizo que todo diera un giro inesperado y todos los recuerdos, todos mis sentimientos hacia ti se perdieran. Lo admito, en ocasiones logro captar y recordar algunos de ellos pero me duele el saber que ya nada es igual, no sé el porqué, no sé qué paso y aunque intente arreglarlo sé que no se puede.” Odiaba decirle ese tipo de cosas por teléfono, sabía que la deprimían pero tenía que hacerle entender y era mejor que así que en persona, no quería verla sufrir.
Después de todo, su mente se había averiado; su castillo, derrumbado; lo había perdido casi todo… no le gustaba hablar ni pensar en eso, lo obviaba y regresaba al punto en que todo simplemente pasó: el sistema había fallado y ya no podía sobrevivir con lo que había sido la fuente de vida para ambos… “Que no muera la esperanza.” No creía como él pudo haberle inculcado a Sofía eso y ahora no creer en lo mismo.

Uno de los pasatiempos que compartía con Sofía era el de escribir, y aunque habían tenido varios proyectos juntos nunca los concretaron; ahora solo se dedicaba a escribir sus pensamientos, para no olvidarlos… “Creo que ahora no es suficiente o necesito recordar el significado de esa frase; es que ya no tiene el mismo efecto que en años anteriores, mi burbuja en la cual podía sentirme bien, en paz, alegre y en la cual se encontraba un brote de luz…aquella que un día tú llegaste a conocer o imaginar terminó conteniendo un fallo, se averió y aquel brote de luz escapó, se perdió, se esfumó junto con una parte de mi. Esa parte que era agradable, que guardaba una calida sonrisa de niño, que agradaba a los demás y en especial, a ti…” Cómo nunca lo leería que más daba dedicárselo a ella. Sebastián trataba de escribir lo más rápido que podía pero como suele suceder su mente vagaba mucho más rápido de lo que él deseba, se rindió. Es fácil de adivinar lo que había sucedido después de la ruptura de su mundo interior pues él había quedado de nuevo en la total oscuridad, entonces no podía hacer otra cosa más que esperar a que sus ojos se acostumbrasen a la falta de luz para poder así distinguir la silueta de ciertos objetos y figuras y no tropezarse más. La burbuja se había desvanecido y fue en ese preciso momento en el que se perdió por completo. Desorientado y sin saber lo que había ocurrido siguió caminando por una larga calle gris sin saber a dónde ir, ni qué a hacer, sólo era consciente que cada paso que daba se estaba alejando más de ella.

Sofía siempre le hacía reír… “Eres… mi felicidad instantánea, aunque tengo que decirlo, doy unos pasos al silencio de las calles y regreso a mi realidad. Pero no lo olvides, aunque fuese tan corto el tiempo, me encanta hablar contigo…” No iba a engañarla, ella no era la persona más importante para él, pero sí una de las personas más importantes y era consciente de que eso afectaba mucho a Sofía, aunque eso fingía Sofía que no le importaba. “Por su propio bien”, se decía cuando le decía algo que sabía mas tarde, la haría llorar. Y por más que quisiese alejarse y dejarla tranquila había algo en ella, no sabía qué, pero era aquel “algo” el que no le permitía hacerlo.

En ocasiones, los momentos de lucidez le permitían recordar todas las conversaciones haciendo que se arrepintiese de todo y quisiese regresar a como era el tiempo antes de cambiar y volver a ver una sonrisa verdadera de Sofía. Pero negaba la expresión de “mejor amigo” pues nunca se consideró tal, y nunca lo haría; en parte no entendía que había visto Sofía en él para que fuere considerado por ella, como tal.

No recordaba la fecha en que se conocieron, apenas y recordaba el cumpleaños de ella, eran demasiados preocupaciones para una mente. Es que no podía recordarlo todo, no quería recordarlo todo; él tan sólo quería divertirse como cualquier chico de su edad, quería disfrutar el momento; dejar de preocuparse por otros y empezar a preocuparse por él…

Sofía y Sebastián, ambos, solían salir las noches de lluvia tan sólo por el gusto de sentir el frío sobre su piel, y después de que esta lluvia pasase; ver el cielo, las estrellas, la luna y dejarse llevar por sus pensamientos y alucinaciones; compartiéndolas, jugando... Siempre habían sido ellos mismos con el otro, si estaban mal estaban mal; si estaban bien, bien… ¿Cómo puede cambiar todo tan rápido, no?

No había dejarlo de apreciarla, la quería como si fuera su hermana pero no quería hacerle daño o por lo menos hacerle más daño de lo que ya le había hecho; al principio solo buscaba tiempo pero después se dio cuenta que sería lo mejor para ella… “Si tan sólo Simón no se hubiera entrometido…”, pensaba; lo detestaba por el simple hecho de querer a Sofía, después de todo, el posesivo ahora era él; aunque lo que lo diferenciaba de Sofía es que él si sabia controlarse, sabía que tendría que irse y no le quedó de otra que dejar a Sofía en manos de "ese tipo".... “No lo niegues Sofía, sea lo que sea; Simón llena una parte de ti que yo no puedo. Él te escucha y pone atención… Tienes a alguien más para pensar, alguien que se encuentra mejor que yo… Estoy mas tranquilo al saber que estarás en buenas manos. No lo hagas más difícil, ya habíamos hablado de esto, del viaje.”

Aquella vez, en el aeropuerto, ella lucía tan radiante que por instante pensó en dejarlo todo y quedarse con ella, y vivir abrazándola pues era más que obvio que ese “radiante” que aparentaba ella era una argucia para no preocuparlo. “-A veces eres tan necia… -Y tú tan… -¿Tan? –No sé, tan lindo? –Sof, que voy a hacer contigo, eh?”…Aquellos días fueron realmente magníficos.

Acongojado la observaba…“¿Por qué soy así? ¿Por qué fui así contigo? Desde un comienzo, desde aquel día que decidí partir te perdí de cierta forma, te he hecho sufrir y eso me duele...Realmente no deseaba que terminaran las cosas así, no digo que terminaran del todo mal… Sofía veme, sigo aquí. Cumpliremos la promesa "estar juntos por siempre"... No me hagas eso, me sentiré realmente mal... No quiero volver a sentir el gran vacío que tengo en el pecho, como si faltara algo, como si mi alma se hubiera desgarrado...”


“–Sebastián…”

domingo, 23 de agosto de 2009

Sofía se escribe con S XVII

Suspiro
Suspiro
, uno tras otro, dejando entre el anterior y el siguiente un intervalo de máximo 7 segundos. Cerró los ojos respirando profundamente, tratando de no pensar más que en eso; pero todos sabemos que hay cosas que a veces no se pueden lograr. No pudo evitarlo. Huyó a su desastrosa habitación se paró frente a su librero y comenzó a buscar…¿Dónde estaría?.

¡Por fin! Si encontraba uno, encontraba todos. Tomó el primer libro con mucho cuidado, sabía la página exacta incluso la línea exacta. “Los árboles mueren de pie”, magnífico libro, para ella; aunque ahora que lo meditaba bien, por qué lo buscaba si se sabía el libro de memoria. Leyó en voz baja: *“Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: “¡Mañana! ¿Dé donde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? “Mañana””* ¿Por qué él no era capaz de hacer eso? Siempre tuvo la esperanza. Cerró de nuevo los ojos sonriendo, imaginándose Isabel, hablando como ella “Es que usted no puede imaginar todo lo que es Mauricio* para mí. Es más que el amor, es la vida entera. El día que lo conocí estaba tan desesperada que me habría dejado morir en un rincón como un perro con frío. Él pasó junto a mí con un ramo de rosas y una palabra; y aquella palabra sola me devolvió de golpe todo lo que creía perdido. En aquel momento comprendí que desde dentro que iba a ser suya para siempre, aunque fuera de lejos, aunque él no volviera a mirarme nunca más.” ¿Por qué nadie podía entenderla? Abrió de repente los ojos, caminando lentamente hacia el espejo, se miró toda raída, triste, despeinada. No es que lo amase, no lo veía como novio; tan sólo querría que él estuviese con ella. “¿De qué color son los ojos de la Gioconda?” Se preguntó, respondiéndose para sí. “Aceituna oscura. ¿De qué color son los ojos de las sirenas? Verde mar. ¿De qué color son los míos?...” Tiró el libro lejos, pues a su mente venían pasajes que no quería imaginarse. Era demasiado ya, esa manía que tenía de creerse personajes que nunca sería, esa esperanza que quizá algún día él… ¿De qué serviría… Se sentó en su cama y arrugó las antiguas cartas que había escrito, lanzándolas luego junto al libro de Casona. ¿Cómo escribirle a alguien en una carta todo lo que siempre quisiste decirle? Era triste despedirse y darse cuenta que en realidad la que rompería la promesa más importante sería ella misma, lo dejaría solo. Ya no le importaba mucho que él lo hubiera hecho primero. De todos modos ella si le daba importancia a las promesas y ahora que tendría que romper esta se sentía de lo peor… “Lo siento tanto, pero es que no es justo.” Escribía, gritaba, lloraba manteniendo su mano firme. “Perdóname” Sofía sabía que era lamentable y patético hablarle a alguien que no estaba allí, que no te escucharía, que nunca lo había hecho. “Gracias por dejarme sola… te quiero tanto…” Sebastián siempre había estado con ella, daría su alma entera por revivir un momento con él. Por volver a escuchar su voz… Ahora era tarde, pero moriría feliz sabiendo que él había encontrado la manera de sobrevivir aunque le doliese en el fondo que ella no estuviese incluida en esa felicidad.

Las lágrimas no dejaban de caer, había terminado por fin esa pequeña despedida. A Simón ya le había dejado mucho. Se preguntaba que reacción tendría Sebastián. ¿Se entristecería? ¿Por qué atormentarse con eso? Se limpió las lágrimas, según sus cálculos ya era tardísimo y tendría que apurarse si es que no quería arrepentirse de una vez. Caminó hacia el baño, buscó en el estante detrás del espejo y tomó las pastillas para dormir que necesitaría. De regreso, en su habitación tomó el otro libro que tanto le fascinaba…”Tú me hablaste y me sentí como una persona de nuevo. Quizás estando al lado tuyo me sentí seguro y real. Déjame entrar. Te necesito.” Se reía, esa historia le parecía graciosa pues la protagonista se llamaba como ella, Sofía. Y cada vez que leía una línea dedicada a ella no podía dejar de creerse todo el cuento. Cerró el libro, y lo volvió a abrir dos páginas antes del final…
Las cosas cambian, entendió ella. La gente crece, se muda. Algunas veces se encierra en sí misma; otras, sale en busca de los demás. ¿Cómo sería si nada cambiara?, se preguntó. ¿Pero por qué tenía que doler tanto, todo ese cambio? ¿Por qué tenía que significar el perder a la gente que queremos?”. ¿Qué había significado perder a Sebastián cuando más lo necesitaba? ¿Por qué le pasaba esto a ella? Él era su esperanza, su único mejor amigo y quien estaría por siempre con ella y ahora ya no estaba. "Sofía, despierta. Estás sola, siempre lo estuviste; era de suponerse, ¿quién querría estar contigo? No eres perfecta como todos creen, no eres nada, ni nadie.” Se repetía en su mente. No tenía otra salida, ¿o sí? Quizá solo hacía tiempo, quizá aun creía… “Él vendrá y me salvará… y seremos amigos por siempre.” Aunque quizá no, ya regresaba a su habitación con pastillas en manos, se sentó en su cama. Todos la habían abandonado, era la gota que derramaba el vaso, había contado con una persona por más tiempo que con nadie, le había confiado su alma entera, sus mas íntimos secretos… Y ahora, él no estaba. Lo odiaba, le tenía tanto rencor pero no podía hacerle daño porque a la vez lo quería. Ojeó por última vez aquel libro mientras tragaba una que otra pastilla más… “La muerte sería mejor que vivir así. Algunas veces existían momentos para la muerte” Esté era una momento para la muerte, no tenía por qué ni para quién vivir, no tenía un propósito, no tenía nada… Después de todo “La vida es una ilusión que dura muy poco”.
Es irónico pensar, como dos Sofías pueden perder a las personas que aman, casi de la misma forma y cómo pueden pensar lo mismo. Lo necesitaba tanto pero después de todo, de todo lo que hiciera, lo que hizo, ahora... “Ella no tenía que decirlo; no tenía que ofrecer. Él lo sabía.” Estaba vacía, gracias a él. Se levantó, tomó su navaja nuevamente y con odio y lágrimas en los ojos- era ahora o nunca- se cortó las venas. Si antes no lo había hecho como debió, profundo, de la forma correcta, esta vez lo hizo. No quería arrepentirse ni tener remordimientos si no le funcionaba. Todas lo que pasaba por su mente, tantas cosas por recordar, por olvidar… “Últimamente parecía como si tú fueras el único que sabía que yo existía. Pronto ya no tendré a nadie.” No iba a arrepentirse ahora, su sangre brotaba a montones, se deslizaba a través de sus brazos, sus manos, caía a la cama, manchaba todo excepto la carta. “A veces, cuando las cosas cambian, hay que forzarlas” ¿Qué mas podría hacer? ¿Por qué las pastillas no hacían efecto? No le iba a dar el gusto de estar viva, no, él de todos modos ni cuenta se iba a dar… “Sigue disfrutando, sufre por favor… No, olvídame. Sí, como siempre. Sé feliz.”Sonrió pensando en Sebastián. Y no aguantó más y se desmayó o cayó dormida…

“¡Sofía! ¡Sofía, despierta!" Él no estaba seguro al principio pero después de las advertencias de todos y conociéndola, decidió llamarla, y aunque ella le dijo que estaba bien, se decidió por ir a verla; le preocupaba, después de todo. Así que corrió velozmente, como nunca había corrido en su vida, ella después de todo era alguien importante, la quería y tenía que estar con ella; pero como explicárselo, cómo decirle la verdad. Al llegar, llamó a la puerta muchas veces seguidas, pero nadie atendió. Él sabia que ella estaba adentro, se había encontrado con Simón de regreso, o mejor dicho lo había visto pero no le preguntó nada; no quería tener problemas. Se preocupó más aún...y la puerta con llave; algo pintaba mal. Sofía era de la chicas que todo le da igual, no era de dejar puertas con llave, ni poner cerrojos; y lo peor de todo es que la ultima conversación que tuvieron fue extraña. Nunca pensó hacerlo pero terminó rompiendo la ventana con lo primero que encontró a su paso. Se introdujo a la casa de Sofía… No tenía mucho tiempo y eso lo sabía, demasiado desorden ¿Un asalto?, qué habría pasado. ¿Dónde estaba Sofía? ¿Manchas de sangre?, se imaginó lo peor. ¡Su habitación! Corrió hasta ella, sudando por el gran esfuerzo. La encontró acercándose a ella asustado, la tomó entre sus brazos, la observó con cariño, no quería pensar que había llegado tarde pero no podía darse por vencido. “¡Sofía! ¡Sofía, despierta!” Tenía que despertarla, ella entreabrió los ojos, sonrió… inmovilizada. Él gritó y gritó desesperado, no la podía perder… “¡Por favor, quédate conmigo!" Sus manos con sangre, estaba destruido, desesperado, desorientado… Su instinto no le había fallado, pero por qué no creyó más ferozmente en ellos: Había llegado tarde, quizá. Estaba fría, pero respiraba. Lento, muy lento, frío muy frío lo único que de los labios de Sofía salió fue, su alma partida en mil pedazos, una lágrima, un quejido, un… suspiro.

[*: Personaje de Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona.
*²: Referido a Sofía de El beso de Plata.]


Suspiro
, uno tras otro, dejando entre el anterior y el siguiente un intervalo de máximo 7 segundos. Cerró los ojos respirando profundamente, tratando de no pensar más que en eso; pero todos sabemos que hay cosas que a veces no se pueden lograr. No pudo evitarlo. Huyó a su desastrosa habitación se paró frente a su librero y comenzó a buscar…¿Dónde estaría?.

¡Por fin! Si encontraba uno, encontraba todos. Tomó el primer libro con mucho cuidado, sabía la página exacta incluso la línea exacta. “Los árboles mueren de pie”, magnífico libro, para ella; aunque ahora que lo meditaba bien, por qué lo buscaba si se sabía el libro de memoria. Leyó en voz baja: *“Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: “¡Mañana! ¿Dé donde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? “Mañana””* ¿Por qué él no era capaz de hacer eso? Siempre tuvo la esperanza. Cerró de nuevo los ojos sonriendo, imaginándose Isabel, hablando como ella “Es que usted no puede imaginar todo lo que es Mauricio* para mí. Es más que el amor, es la vida entera. El día que lo conocí estaba tan desesperada que me habría dejado morir en un rincón como un perro con frío. Él pasó junto a mí con un ramo de rosas y una palabra; y aquella palabra sola me devolvió de golpe todo lo que creía perdido. En aquel momento comprendí que desde dentro que iba a ser suya para siempre, aunque fuera de lejos, aunque él no volviera a mirarme nunca más.” ¿Por qué nadie podía entenderla? Abrió de repente los ojos, caminando lentamente hacia el espejo, se miró toda raída, triste, despeinada. No es que lo amase, no lo veía como novio; tan sólo querría que él estuviese con ella. “¿De qué color son los ojos de la Gioconda?” Se preguntó, respondiéndose para sí. “Aceituna oscura. ¿De qué color son los ojos de las sirenas? Verde mar. ¿De qué color son los míos?...” Tiró el libro lejos, pues a su mente venían pasajes que no quería imaginarse. Era demasiado ya, esa manía que tenía de creerse personajes que nunca sería, esa esperanza que quizá algún día él… ¿De qué serviría… Se sentó en su cama y arrugó las antiguas cartas que había escrito, lanzándolas luego junto al libro de Casona. ¿Cómo escribirle a alguien en una carta todo lo que siempre quisiste decirle? Era triste despedirse y darse cuenta que en realidad la que rompería la promesa más importante sería ella misma, lo dejaría solo. Ya no le importaba mucho que él lo hubiera hecho primero. De todos modos ella si le daba importancia a las promesas y ahora que tendría que romper esta se sentía de lo peor… “Lo siento tanto, pero es que no es justo.” Escribía, gritaba, lloraba manteniendo su mano firme. “Perdóname” Sofía sabía que era lamentable y patético hablarle a alguien que no estaba allí, que no te escucharía, que nunca lo había hecho. “Gracias por dejarme sola… te quiero tanto…” Sebastián siempre había estado con ella, daría su alma entera por revivir un momento con él. Por volver a escuchar su voz… Ahora era tarde, pero moriría feliz sabiendo que él había encontrado la manera de sobrevivir aunque le doliese en el fondo que ella no estuviese incluida en esa felicidad.

Las lágrimas no dejaban de caer, había terminado por fin esa pequeña despedida. A Simón ya le había dejado mucho. Se preguntaba que reacción tendría Sebastián. ¿Se entristecería? ¿Por qué atormentarse con eso? Se limpió las lágrimas, según sus cálculos ya era tardísimo y tendría que apurarse si es que no quería arrepentirse de una vez. Caminó hacia el baño, buscó en el estante detrás del espejo y tomó las pastillas para dormir que necesitaría. De regreso, en su habitación tomó el otro libro que tanto le fascinaba…”Tú me hablaste y me sentí como una persona de nuevo. Quizás estando al lado tuyo me sentí seguro y real. Déjame entrar. Te necesito.” Se reía, esa historia le parecía graciosa pues la protagonista se llamaba como ella, Sofía. Y cada vez que leía una línea dedicada a ella no podía dejar de creerse todo el cuento. Cerró el libro, y lo volvió a abrir dos páginas antes del final…
Las cosas cambian, entendió ella. La gente crece, se muda. Algunas veces se encierra en sí misma; otras, sale en busca de los demás. ¿Cómo sería si nada cambiara?, se preguntó. ¿Pero por qué tenía que doler tanto, todo ese cambio? ¿Por qué tenía que significar el perder a la gente que queremos?”. ¿Qué había significado perder a Sebastián cuando más lo necesitaba? ¿Por qué le pasaba esto a ella? Él era su esperanza, su único mejor amigo y quien estaría por siempre con ella y ahora ya no estaba. "Sofía, despierta. Estás sola, siempre lo estuviste; era de suponerse, ¿quién querría estar contigo? No eres perfecta como todos creen, no eres nada, ni nadie.” Se repetía en su mente. No tenía otra salida, ¿o sí? Quizá solo hacía tiempo, quizá aun creía… “Él vendrá y me salvará… y seremos amigos por siempre.” Aunque quizá no, ya regresaba a su habitación con pastillas en manos, se sentó en su cama. Todos la habían abandonado, era la gota que derramaba el vaso, había contado con una persona por más tiempo que con nadie, le había confiado su alma entera, sus mas íntimos secretos… Y ahora, él no estaba. Lo odiaba, le tenía tanto rencor pero no podía hacerle daño porque a la vez lo quería. Ojeó por última vez aquel libro mientras tragaba una que otra pastilla más… “La muerte sería mejor que vivir así. Algunas veces existían momentos para la muerte” Esté era una momento para la muerte, no tenía por qué ni para quién vivir, no tenía un propósito, no tenía nada… Después de todo “La vida es una ilusión que dura muy poco”.
Es irónico pensar, como dos Sofías pueden perder a las personas que aman, casi de la misma forma y cómo pueden pensar lo mismo. Lo necesitaba tanto pero después de todo, de todo lo que hiciera, lo que hizo, ahora... “Ella no tenía que decirlo; no tenía que ofrecer. Él lo sabía.” Estaba vacía, gracias a él. Se levantó, tomó su navaja nuevamente y con odio y lágrimas en los ojos- era ahora o nunca- se cortó las venas. Si antes no lo había hecho como debió, profundo, de la forma correcta, esta vez lo hizo. No quería arrepentirse ni tener remordimientos si no le funcionaba. Todas lo que pasaba por su mente, tantas cosas por recordar, por olvidar… “Últimamente parecía como si tú fueras el único que sabía que yo existía. Pronto ya no tendré a nadie.” No iba a arrepentirse ahora, su sangre brotaba a montones, se deslizaba a través de sus brazos, sus manos, caía a la cama, manchaba todo excepto la carta. “A veces, cuando las cosas cambian, hay que forzarlas” ¿Qué mas podría hacer? ¿Por qué las pastillas no hacían efecto? No le iba a dar el gusto de estar viva, no, él de todos modos ni cuenta se iba a dar… “Sigue disfrutando, sufre por favor… No, olvídame. Sí, como siempre. Sé feliz.”Sonrió pensando en Sebastián. Y no aguantó más y se desmayó o cayó dormida…

“¡Sofía! ¡Sofía, despierta!" Él no estaba seguro al principio pero después de las advertencias de todos y conociéndola, decidió llamarla, y aunque ella le dijo que estaba bien, se decidió por ir a verla; le preocupaba, después de todo. Así que corrió velozmente, como nunca había corrido en su vida, ella después de todo era alguien importante, la quería y tenía que estar con ella; pero como explicárselo, cómo decirle la verdad. Al llegar, llamó a la puerta muchas veces seguidas, pero nadie atendió. Él sabia que ella estaba adentro, se había encontrado con Simón de regreso, o mejor dicho lo había visto pero no le preguntó nada; no quería tener problemas. Se preocupó más aún...y la puerta con llave; algo pintaba mal. Sofía era de la chicas que todo le da igual, no era de dejar puertas con llave, ni poner cerrojos; y lo peor de todo es que la ultima conversación que tuvieron fue extraña. Nunca pensó hacerlo pero terminó rompiendo la ventana con lo primero que encontró a su paso. Se introdujo a la casa de Sofía… No tenía mucho tiempo y eso lo sabía, demasiado desorden ¿Un asalto?, qué habría pasado. ¿Dónde estaba Sofía? ¿Manchas de sangre?, se imaginó lo peor. ¡Su habitación! Corrió hasta ella, sudando por el gran esfuerzo. La encontró acercándose a ella asustado, la tomó entre sus brazos, la observó con cariño, no quería pensar que había llegado tarde pero no podía darse por vencido. “¡Sofía! ¡Sofía, despierta!” Tenía que despertarla, ella entreabrió los ojos, sonrió… inmovilizada. Él gritó y gritó desesperado, no la podía perder… “¡Por favor, quédate conmigo!" Sus manos con sangre, estaba destruido, desesperado, desorientado… Su instinto no le había fallado, pero por qué no creyó más ferozmente en ellos: Había llegado tarde, quizá. Estaba fría, pero respiraba. Lento, muy lento, frío muy frío lo único que de los labios de Sofía salió fue, su alma partida en mil pedazos, una lágrima, un quejido, un… suspiro.

[*: Personaje de Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona.
*²: Referido a Sofía de El beso de Plata.]

martes, 23 de junio de 2009

Lejos de Frin

Es un libro genial, la continuación de Frin de Maria Pescetti...

Solo encontré entre mis papeles estas citas, que me fascinaron::

16: ¿Por qué no es igual un espacio vacío si sabemos que hubo antes? ¿Por qué no queda igual a cualquier otro espacio vacío?

19: Estamos hechos de unos hilos tan delicados como imposibles de separar. Nadie ve nunca, o casi nunca, el momento en el que el corazón apoya su mano, sobre algo. Elige. Mira. Luego se queda unido y te acompaña toda la vida, como un secreto es tuyo, pero le pertenece a tu corazón. Nadie ve nunca, o casi nunca el momento en que el corazón posa.

20: Cuando estamos frente a una barrera y pasan trenes pequeños entonces la barrera se levanta enseguida, pero algunas veces pasan trenes de carga, interminables, y uno lo ve y los ve pasar. Incluso algunos vagones parecen repetidos.


Espero y si les guste estas citas tanto como a mi...

viernes, 1 de mayo de 2009

La bestia en la cueva

La bestia en la cueva

La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.
Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.
Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.
Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.
Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.
Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.
¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.
Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible. Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.
Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban. En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción. Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas. Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos. La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz. Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido “pat, pat” de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado. De pronto se rompió el hechizo; mi mano, que mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.
Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla. Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí. De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba. Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia. El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas.
Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima. Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida. Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros. Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos. De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.
La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna. El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente.
Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros. Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris. Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.
El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.
Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.
El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡UN HOMBRE!!!

H.P. Lovecraft

sábado, 11 de abril de 2009

Carta de Drácula a su tía

Carta de Drácula a su tía

Querida tía Brucolaca:
¡Cuánta razón tenían tú y el tío Malmuerto cuando me decían que nunca me asomara de día fuera del Castillo!
Te cuento: el jueves puse el despertador como siempre, a las 12 de la noche y sonó a las 12 del mediodía.
¡Qué desgracias!
Un rayo de sol me dio en plena cara, y cundo me di cuenta, ya estaba lleno de pecas.
¡Sí, tía! Oíste bien: ¡PECAS!
Es común que eso les pase a los mortales. Pero, como te imaginarás, es terrible para la gente como uno.
Ahora los chicos se ríen y bromean a costa mía.
Boris, Vampirofredo y el Bebe Colmillo no quieren salir más conmigo de noche. Dicen que soy un plátano mosqueado.
Por favor, tiíta, mándame ciento veinte pomos de Pecasen y una crema para la cara, que se me peló un poco.
No te demores. Voy a quedarme encerrado hasta que recupere mi saludable color verdoso.
Un beso de tu sobrino que te adora,
Drácula.


Ema Wolf
(argentina)

domingo, 5 de abril de 2009

Recomendación # 10

Holitaz!
Al punto...

Ayer leí Templado de Jorge Eslava y siii...aun sigo con Fausto (digamos que me aburrió un poco y he estado ocupada, aunque pienso retomarlo en Semana Santa..espero)..
Lo recomiendo porque me parece muy buen libro, el autor fue un niño de 14-15 años que ha desaparecido, pues Jorge Eslava (su profesor de literatura) no ha encontrado rastro de él.
El libro habla también de la poesía, la literatura...es realmente corto, me tomó medio día terminar de leerlo (es mucho, pero estoy incluyendo otras horas como comer y cosas así..sino diría menos; esta vez olvidé contabilizar las horas xD)

En fin, copiaré la tapa...
"El poeta un adolescente de 14 años,
ha desaparecido y solo queda de él
un diario sin terminar
El diario, que comienza con orden
y pulcritud, se va convirtiendo
en una declaración cada vez más desesperada
y desrticulada, como sus propios sentimientos.
Un profesor del poeta encuentra
el diario inconcluso y decide publicarlo,
como un tributo a todos los jóvenes
que sufren por amor."

sábado, 4 de abril de 2009

Cuentan de un sabio

Cuentan de un sabio (Fragmento de "La vida es sueño")
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.

Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido

Pedro Calderón de la Barca

domingo, 29 de marzo de 2009

Mi primera coquetería

Mi primera coquetería
Yo debía tener entonces entre once y doce años. No lo recuerdo, pero tendría también una tez de raso y un fresco color de rosas en las mejillas que aún no conocían de lágrimas verdaderas.
Amaba las bellezas de las tarjetas postales, tan de moda entonces. Un día aparecí en la escuela rigurosamente pintada con un diluido de carmín que mi mamá decoraba ciertas flores de sus postres caseros, con el pelo de la frente en un impecable rizado negroide, los zapatos de granes tacones de mi hermana, y bajo los ojos anchas ojeras a carbón de una caja de lápices, también de mi hermana que entonces aprendía dibujo con el Cónsul brasileño.

No sé cómo burlé la vigilancia doméstica, ni cómo pude cruzar el pueblo tranquila en esa estampa. Recuerdo sí el espantoso silencio que se hizo a mi paso por el salón de clases, y la mirada enloquecida y desesperada con que me recibió la maestra, aquella admirable Manuela Vestido que formó cuatro generaciones de niños. Recuerdo también como si hubiera sido ayer, su voz enronquecida al decirme:
-Ven acá, Juanita.
Avancé hacia su mesa entre desconfiada y orgullosa. Y otra vez su voz ronca:
-¿Te encuentras muy bonita así?
-Yo… sí…
-¿Y te duelen los pies?
¡Ay, cómo ella lo adivinaba todo! Yo hubiera dado en aquel momento un cielo por un par de zapatos viejos. Pero era un ángel altivo y contesté con entereza:
-Ni un poquito.
-Esta bien. Vete a tu sitio. A la salida, iré contigo a tu casa, pues tengo que hablar con tu mamá.

Fue una tarde dura la cual, oí de mis compañeras toda clase de juicios, advertencias y consejos, en general, leales. Solo estuvieron contra mí las dos niñas modelo. Empecé entonces a conocer la dureza de los perfectos.
No sé qué hablaron mi maestra y mi dulce madre. En mi casa no estalló ningún polvorín, no se me privó de mi plato de dulce, nadie me hizo un reproche siquiera.
Sólo me dijo mi mamá después de la comida:
-Juanita, no vayas a lavarte la cara.
Con asombro que llegaba al pasmo, pregunté apenas:
-¿No?
-No, ni mañana tampoco.
-¿Mañana tampoco, mamita?
-Tampoco hija. Ahora anda ya a dormir. Desabróchale el vestido, Feliciano.
Y fue mi madre quien me despertó al otro día, quien vigiló mis preparativos para la escuela y quien, al salir, me llevó a su gran armario de luna, y me dijo en un tono de voz absolutamente desconocido para mí:
-Vea mi hija, la cara de una niña que se atreve a pintarse a su edad.
¡Dios de los universos! Aquella cara parecía un mapamundi. Y aquella chiquilla encaramada sobre un par de tacos torturantes, era la verdadera estampa de la herejía.
Me eché a llorar silenciosamente. Vi los ojos tiernos de mi madre llenos de lágrimas. Yo todavía no sabía de arrepentimientos y desesperada, me dirigí hacia la calle, con mis libros y cuadernos en tal desorganización que se me iban cayendo por el camino.
Fue mi santa Feliciano quien me alcanzó corriendo, casi a media cuadra, y allí mismo me pasó por la cara, sollozando, su delantal a cuadros y azules. Ya casi no le cabía yo en el regazo, pero volvió a casa conmigo a cuestas, y las dos abrazadas, lloramos desoladamente el desastre de mi primera coquetería.


Juana de Ibarbourou
(adaptación)

martes, 17 de marzo de 2009

Los sordos

Los sordos
Personajes: el viajero, el chacarero, la patrona, la sordita.
Escenario: el patio de una casa de campo.

El viajero: (apareciendo a espaldas del chacarero) ¡Eh, buen hombre… ¡Buen Hombre!
(el chacarero no le atiende) ¡Ni que fuera sordo como yo! (le toca un hombro) ¡Oiga!
El chacarero: ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Qué desea?
El viajero: Usted, que ha de conocer estos lados.
El chacarero: Sí señor; Rudencindo Lagos, para servirle.
El viajero: Hágame el favor de hablar más alto, porque soy bastante sordo.
El chacarero: Si no grita más, no podré entenderlo, porque soy un poco torpe de oído.
El viajero: ¿Podría indicarme dónde queda la estancia “Los leones”?
El chacarero: ¡Claro que tiene fragancia mis melones! Es que son muy buenos, le haré traer algunos para que los pruebe.
El viajero: ¿Nueve? ¿Nueve qué? ¿Nueve leguas? ¿Tanto? ¡No puede ser!
El chacarero: (Por la patrona que aparece en este momento en la puerta del rancho) Sí. Ésa es mi mujer. (A la patrona) Oye. Tráele a este hombre una docena de melones, para que elija algunos.
La patrona: ¿Así que este caballero quiere tener relaciones con nuestra hija? Tanto gusto, señor. En seguida se la presentaremos. (Gritando hacia el interior de la casa)
¡Mariquita!.. ¡Mariquita!.. Esa chica es más sorda que yo, todavía... Un momento, siéntese... (Se introduce en la casa)
EL viajero: ¿Usted dice que la estancia “Los Leones” queda a nueve leguas de aquí?
El chacarero: Sí señor; se lo he dicho y se lo repito. La fragancia de mis melones es exquisita… (Aparece la patrona)
La patrona: Aquí está Mariquita. (A su hija) Bueno, hija aquí tienes a tu pretendiente…
La sordita: ¿Qué no tiene nada? ¿Y tú qué sabes? A lo mejor resulta que es rentista.
La sordita: ¡Mamá!, por favor, ¿para qué quiero yo un dentista, si no tengo enferma la boca?
La patrona: Ya sabes que tu madre pocas veces se equivoca: ha de ser rentista no más.
El chacarero: ¿Y los melones, mujer?
La patrona: Es lo que yo le digo, ¿por qué te pones así, hija?
El chacarero: Pero, si no les traes ninguno, ¿cómo quieres que elija?
La patrona. Es que tú sabes cómo es esta niña; ella quiere salirse siempre con la suya (AL viajero) Ésta es mi hija, se llama Mariquita.
El viajero: ¿Cómo cerquita, si su esposo me ha dicho que faltan nueve leguas?
La patrona: (al chacarero) ¿Qué dice este hombre de las yeguas?
El viajero: Sí, y como ya quedan pocas horas de luz.
La sordita: No, todavía no soy señora.
El viajero: No sé, ni siquiera, si es bueno el camino.
La sordita: ¡Ah, yo no pretendo que usted sea adivino! Sólo le he dicho que sigo soltera.
El viajero: ¡Ah!, ya entiendo: ¿llegando a la tranquera, sigo hasta la derecha? ¿Y de ahí, a “Los Leones”?
El chacarero: ¡Ah!, le aseguro que son buenos. Y puedo mandarle todos los que quiera…
El viajero: Sí, ya me dijo la señorita: de la tranquera, a la derecha.
La patrona: Yo no digo que usted no quiera a la chica, pero convendría que fijara fecha…
El viajero: (desapareciendo) Hasta otra vez, y perdonen la molestia.
La patrona: ¡Oiga, oiga! ¡Más bestia será usted, atrevido!
El chacarero: ¿Qué? ¡Tienes razón! ¿O iba a esperar hasta mañana por los melones?
La patrona: No y no. Jamás consentiré que nuestra hija tenga elaciones con esa gente.
La sordita: Déjelo que se vaya; total, aquí a nadie le duelen los dientes.
El chacarero: No es que te lo reproche, pero hubiera comprado tres o cuatro…
La sordita: ¡Qué bueno eres, papá! Dice que nos llevará al teatro a ver las comedias.
La patrona: ¡Cierto! Ya me había olvidado que tenía que zurcirle las medias. ¿Sabes dónde he dejado la lana azul?
La sordita: ¡No me digas! ¿La comedia de Barba Azul? ¡Qué bonito título!
La patrona: Es lo que digo siempre a tu padre: ¡que Dios nos conserve esta armonía!Porque el día que nos entendamos, esta casa será un infierno…


Germán Berdiales
(Argentino)

sábado, 7 de marzo de 2009

Las tres cautivas

Las tres cautivas
A la verde, verde,
a la verde oliva
donde cautivaron
a mis tres cautivas.

¿Qué nombre daremos

a estas tres cautivas?

La mayor Constanza,

la menor Lucía
y la más pequeña
llaman Rosalía.

¿Qué oficio daremos
a estas tres cautivas?

La mayor amasaba,
la menor cernía y
la más pequeña
agua les traía.

Un día fue a la fuente,
a la fuente fría
y encontró a un anciano
que en ella bebía.

- ¿Qué hacéis ahí, buen viejo,
en la fuente fría?
- Estoy aguardando
a mis tres cautivas.

- Padre, sois mi padre
y yo soy su hija.
Voy a darles parte
a mis hermanitas.

- Pues sabrás Constanza,
pues sabrás Lucía,
cómo he visto a padre
en la fuente fría.

Constanza lloraba,
Lucía gemía
y la más pequeña
así les decía:

- No llores Constanza,
no llores Lucía
que viniendo el moro
nos libertaría.

La pícara mora,
que las escuchó,
abrió una mazmorra
y allí las metió.

Cuando vino el moro
de allí las sacó
y a su pobre padre
se las entregó.

Anónimo

martes, 3 de marzo de 2009

Lo que yo te daría

Lo que yo te daría
Un castillo de blancas azucenas
donde una mano leve
coloque entre armonías y rumores
rocío transparente;
un rayo misterioso de la luna
empapada en el éter;
un eco de las arpas que resuenan
y el corazón conmueven;
un beso de un querube en tus mejillas;
algo apacible y leve,
y escrita sobre la hoja de albo lirio,
una rima de Bécquer.

Rubén Darío

domingo, 1 de marzo de 2009

A un poeta obscuro

A un poeta obscuro Hay gentes que nacieron para la luz del día,
y hay otras que nacieron para un vago fulgos:
Tú vas, en la penumbra vertiendo poesía,
y nadie te conoce, y en la América mía,
tus íntimos afirman que eres un dios menor...

En cambio, ¡qué de bombos para algunos, que viso
lucires de reclamos, de popularidad!
¡Cómo, en su honor, los diarios esponjan adjetivos!
Tus versos, entretanto, se embotan pensativos:
¡tal vez en tu sepulcro floresca la verdad!

Amado Nervo

viernes, 27 de febrero de 2009

A una nariz

A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

Francisco de Quevedo y Villegas

miércoles, 25 de febrero de 2009

Sueño y Realidad

Sueño y Realidad
Soñé que te miraba
y después entre nubes te perdía,
y que tu alma conmigo se quedaba
y que contigo se iba el alma mía.
Estando ya despierto
me dijo mi razón enternecida
que era mi sueño cierto
porque era tu alma el alma de mi vida.

Vicente Riva Palacio

lunes, 23 de febrero de 2009

Metamorfosis

Metamorfosis
Era un cautivo beso enamorado
de una mano de nieve que tenía
la apariencia de un lirio desmayado
y el palpitar de una ave en agonía.
Y sucedió que un día,
aquella mano suave
de palidez de cirio,
de languidez de lirio,
de palpitar de ave,
se acercó tanto a la prisión del beso,
que ya no pudo más el pobre preso
y se escapó; mas, con voluble giro,
huyó la mano hasta el confín lejano,
y el beso, que volaba tras la mano,
rompiendo el aire, se volvió suspiro.

Luis G. Urbina

sábado, 21 de febrero de 2009

Historia Triste

Historia Triste
Es una historia triste

Es una historia triste que no olvido,
–"Iré a verte mañana –me escribiste-
iré a verte mañana a nuestro nido".

Y te esperé en el nido y no viniste…
Y no vendrás ya nunca… y te he ¡perdido!
Es una historia triste
Es una historia triste que no olvido.

Han pasado los años
dejando tras de sí penas y daños,
los años ¡ay! que siembran desengaños
y tronchan ilusiones.
Han pasado los años
¡desgarrando al pasar los corazones!

Vagando ayer sin rumbo ni destino
te encontré de repente en mi camino.
Palideciste al verte en mi presencia,
y ante la acusación de mi mirada,
que llegó como un rayo a tu conciencia,
inclinaste la frente avergonzada…

¡Cuánto has cambiado! ¡Estás desconocida!
Ya tus pupilas bellas,
que alumbraban la noche de mi vida,
no brillan como estrellas.
Ya no hay luz en tus ojos.
Tus labios que eran rojos, no son rojos…
Y así, doliente, pálida, ojerosa,
caminas por las calles desoladas,
muda como una sombra misteriosa…
Y en ti se fijan todas las miradas
y al ver las gentes cómo el desaliento
inclina tu cabeza.
"¡Pobre! –dicen– la agobia el sufrimiento…
¡Pobre mujer! ¡se muere de tristeza!".

Comprendo tu dolor. Una esperanza
te apartó de mi lado;
creíste ver la dicha en lontananza
y por ir detrás de aquella venturanza
me dejaste en la vida abandonado…
Y dejaste y volaste sin recelo,
y al detener el vuelo
al fin de la jornada,
miraste en torno y no encontraste nada...
Y entonces, llena de angustioso anhelo,
en el cielo clavaste la mirada
¡y no hallaste ni estrellas en el Cielo!
¡Pobre amor mío! Todo lo tuviste,
y todo, para siempre ¡lo has perdido!
Es una historia triste.
Es una historia triste que no olvido…

Has vuelto con el alma hecha girones
De tu viaje al país de las quimeras.
¡Cómo se han agrandado tus ojeras
con la ceniza de las ilusiones!

Hoy, que te arrastras con el alma herida
sin encontrar quien oiga tu gemido,
¡Cómo te dolerás de haber perdido
todo el amor inmenso de mi vida!
¡Con qué pesar, con qué remordimiento
meditarás en nuestra dicha trunca!
En esa dicha que duró un momento
y que nos dijo al despedirse: "¡Nunca!"
Se me figura verte,
tendida a medianoche sobre el lecho,
fijos los grandes ojos en el techo
pensando en la tragedia de tu suerte…

¡Oh, tus horas de insomnio y desaliento
en las oscuras noches invernales,
mientras fuera, en la calle gime el viento,
y la lluvia golpea tus cristales!
¡Oh, tu dolor en medio de las sombras
cuando, añorando mi cariño santo,
lloras de pena, a media voz me nombras
y dices: "Nadie me querrá ya tanto"!

Era un nido encantado nuestro nido
Un nido pequeñito y escondido,
Viajaste un día a lo desconocido,
y yo te dije: "Vuelve" y no volviste.
Y no vendras ya nunca… y te he perdido.
¡Ves! Nuestra historia en un historia triste
Es una historia triste que no olvido.

Federico Barreto

martes, 17 de febrero de 2009

Vivir y Morir

Vivir y Morir
Humo y nada el soplo de ser:
mueren hombre, pajaro y flor,
corre a mar de olvido el amor
huye a breve tumba el placer.

¿Donde estan las luces de ayer?
Tiene ocaso todo esplendor,
hiel esconde todo licor,
todo expia al mar de nacer.

¿Quien rio sin nunca gemir,
siendo el goce un dulce penar?
¡Loco y vano ardor el sentir!

¡Vano y loco anhelo el pensar!
¿Que es vivir? Soñar sin dormir.
¿Que es morir? Dormir sin soñar.

Manuel Gonzales Prada

lunes, 16 de febrero de 2009

Serenata

Serenata
Íbamos a vivir toda la vida juntos.
Íbamos a morir toda la muerte juntos.
Adiós.

No sé si sabes lo que quiere decir adiós.
Adiós quiere decir ya no mirarse nunca,
vivir entre otras gentes,
reírse de otras cosas,
morirse de otras penas.
Adiós es separarse, ¿entiendes?, separarse,
olvidando, como traje inútil, la juventud.!

Íbamos a hacer tantas cosas juntos!
Ahora tenemos otras citas.
Estrellas diferentes nos alumbran en noches diferentes.
La lluvia que te moja me deja seco a mí.
Está bien: adiós.
Contra el viento el poeta nada puede.
A la hora en que parten los adioses,
el poeta sólo puede pedirle a las golondrinas
que vuelen sin cesar sobre tu sueño.

Manuel Scorza

sábado, 14 de febrero de 2009

Poema del renunciamiento

Poema del Renunciamiento
Pasaras por mi vida sin saber que pasaste.
Pasaras en silencio por mi amor y, al pasar,
fingire una sonrisa, como un dulce contraste
del dolor de quererte, y jamas lo sabrás.

Soñaré con el nacar virginal de tu frente;
soñaré con tus ojos de esmeralda de mar;
soñaré con tus labios desesperadamente;
soñaré con tus besos, y jamas lo sabrás.

Quizáz pases con otro que te diga al oído
esas frases que nadie como yo te dirá;
y, ahogando para siempre mi amor inadvertido,
te amaré más que nunca, y jamás lo sabrás.

Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueñno que nunca lograré realizar;
y el lejano perfume de mi amor imposible
rozará tus cabellos, y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
-el tormento infinito que te debo ocultar -,
te diré sonriente: "No es nada... Ha sido el viento."
Me enjugaré la lágrima... y jamás lo sabrás!

José Angel Buesa