viernes, 28 de marzo de 2008

El huérfano y el sepulturero

El huérfano y el sepulturero
Estaba muerto de frío,
el huérfano que aquel día,
en los portones pedía,
del cementerio sombrío,
pobrecito entre el gentío,
mientras su mano alargaba,
con voz trémula exclama:
!UNA LISMONA SEÑORES!,
es para un ramo de flores,
para quién tanto me amaba.

La gente entraba y salía,
sorda a la voz penitente,
de aquel despojo doliente,
que en nombre de Dios pedía,
el pobre también quería,
en su nostalgia infinita,
entrar a la Chacarita,
y adornar de cualquier modo,
la tumba llena de lodo,
de su santa madrecita.

Pobre niño en su orfandad
y al ver que nadie le daba,
y la noche se acercaba,
con su densa oscuridad,
empezó con ansiedad,
a recoger unas flores,
que por estar sin colores
y por el sol marchitadas,
fueron al suelo tiradas,
por manos de unos señores.

Despues que un ramo formó,
con varias flores del suelo,
le dió gracias al cielo
y en el cementerio entró,
muy pronto el niño llegó,
con el ramo que oprimía,
al lugar donde sabía,
que se encontraba la fosa,
de su madre cariñosa,
que el sueño eterno dormía.

Pero todo había cambiado,
pues donde su madre estaba,
un panteón se levantaba,
quizás de algún potentado,
el niño desesperado,
por el cambio que encontró,
llorando le preguntó,
a un viejo sepulturero,
dígame señor, !ligero!,
quién a mi madre llevó ?
Y el viejo sepulturero,
al niño triste le dijo :

!NO ME HAGAS PREGUNTAS HIJO,
QUE HACERTE LLORAR NO QUIERO!!
LOS RICOS, LOS RICOS ESTAN PRIMERO!

Por eso el lugar le damos,
mal hacemos si lloramos,
por una simple pavada,
los pobres no somos nada
y hasta en la muerte estorbamos

Juan Manuel Pombo

miércoles, 19 de marzo de 2008

Poema de la Despedida

Poema De La Despedida
José Angel Buesa

Te digo adiós si acaso te quiero todavía
Quizas no he de olvidarte... Pero te digo adiós
No se si me quisiste... No se si te quería
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste y apasionado y loco
Me lo sembré en el alma para quererte a tí.
No se si te amé mucho... No se si te amé poco,
Pero si sé que nunca volvere a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo
Y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo... Sabiendo que te pierdo,
Tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós y acaso con esta despedida
Mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
Aunque toda la vida siga pensando en tí.

sábado, 1 de marzo de 2008

'Cuando la grapadora dejó de funcionar con grapas' - II

Al salir por la puerta de casa con una maleta en una mano y una sonrisa en la cara -en la otra mano llevaba un paraguas-, mis padres me dijeron adiós con la mano. Tuve la sensación de que habían estado soñando con ese momento durante años, pero procuré apartar esa idea de mis pensamientos y pisé la calle fingiendo seguridad. Me fui a una pensión. Una pensión barata, 'asequible'. Al llegar, la propietaria me invitó a cenar. Ella llevaba el pelo recogido en un moño, como mi antigua profesora de matemáticas. Me pregunté si siempre llevaría el mismo peinado, si alguna vez se sacaba ese moño que se agarraba firmemente a la parte inferior del cráneo. Era lo mismo que me preguntaba de la profesora y no, nunca logré hallar respuesta a ese tipo de preguntas. La cena estaba bien: sopa y escalopa. De postre, una pieza de fruta. Podía elegir entre manzana o manzana, así que elegí manzana. Luego me encerré en mi nueva habitación, abrí la maleta y me puse el pijama. Me metí en la cama y cerré los ojos, pero no lograba conciliar el sueño, así que me levanté de nuevo. Subí la persiana y miré al otro lado de la ventana. Un patio de luces, fabuloso. Era lo que yo necesitaba en ese momento: ventanas para curiosear. Desgraciadamente, era el único en esa zona con insomnio, así que todas las ventanas estaban cerradas, las luces apagadas y la gente durmiendo. Me senté sobre la cama. Me quedé en esa posición -piernas en ángulo recto, brazos paralelamente estirados, uniéndose con mis muslos y formando un triángulo con mi torso- durante unos veinte minutos, hasta que mis piernas empezaron a temblar y relajé los músuculos. Me levanté de la cama y empecé a dar vueltas por la habitación. No era muy grande. Constaba de una cama en el centro, con el cabezal apoyado en la pared, y un armario justo al otro lado. Al lado del armario, una cómoda con un espejo y a cada lado de la cama, dos mesitas de noche. Comprobé si, como en las películas americanas, había una bíblia en sus cajones. No, no había bíblia. Las cortinas tenían un estampado de flores, a juego con las sábanas de la cama. No había alfombra y el suelo estaba helado. A la derecha se abría una puerta que daba a un sencillo baño: ducha de plato, retrete y lavamanos. Y dos pequeñas estanterías. Corretée descalzo hasta la maleta, que había abandonado abierta en el suelo, a los pies de la cama, y cogí el neceser y las zapatillas de andar por casa. Me las puse y correteé de nuevo hacia el baño con el neceser. Lo abrí y orendé mis cosas sobre los estantes: la cuchilla de afeitar, la espuma, el tónico. Champú, jabón de manos -pero de eso ya había- y jabón para el cuerpo. Peine. Cepillo de dientes, pasta de dientes. Toallita pequeña. Lo dejé todo en las repisas, me lavé los dientes, me enjaboné las manos y abandoné el baño. Me acerqué al armario y lo abrí. No había casi nada, absolutamente casi nada. Quedaban las perchas colgadas de una barra superior. Por lo demás, nada. Un armario vacío. Parecía una escena de esas de película donde no hay nadie y las motas de polvo montan carreras por el escenario para ver cual es la primera que se sale de los límites de la pantalla. Me dio miedo. Me sentí como ese armario vacío, sin nada. Sin absolutamente nada, sólo con perchas y barras horizontales y motitas de polvo correteando. Me dieron ganas de meterme en él y quedarme allí para siempre, pero, contrariando mis deseos, cogí las ropas de la maleta e intenté colgarlas como pude en el armario. Al quedarme sin camisas, pantalones, chaquetas o jerseys para colgar, cerré el armario y guardé la ropa interior en los cajones de la mesita de noche izquierda. Tenía que comprarme calzoncillos, me había dejado unos cuantos en casa de Berta y dudaba sobre su existencia. Probablemente los habría quemado, era una chica bastante impulsiva. Cerré el cajón y me senté sobre la cama. Otra vez. Sólo eran las cuatro de la madrugada.

FUENTE::
www.horrocrux.com/foros
AUTORA:: Nickname: Airin Lestrange