martes, 16 de febrero de 2010

Los árboles mueren de pie III

Los árboles mueren de pie - Alejandro Casona.

Acto Tercero.

ISABEL Y LA ABUELA
Isabel.- Es que usted no puede imaginar todo lo que es Mauricio para mí. Es más que el amor, es la vida entera. El día que lo conocí estaba tan desesperada que me habría dejado morir en un rincón como un perro con frío. Él pasó junto a mí con un ramo de rosas y una palabra; y aquella palabra sola me devolvió de golpe todo lo que creía perdido. En aquel momento comprendí que desde dentro que iba a ser suya para siempre, aunque fuera de lejos, aunque él no volviera a mirarme nunca más. (...) El otro día usted me preguntaba por qué no quería habalr otro idioma que el de Mauricio. ¿Comprende ahora por qué? Un idioma no son las palabras, son las cosas, es la vida misma. Cuando yo era niña, mi madre me decía "querida"; era una palabra. Cuando iba a la escuela, la maestra me decía "querida";era otra palabra. Pero la primera vez que Mauricio, sin voz casi, me dijo "¡querida!", aquello ya no era una palabra: era una cosa viva que se abrazaba a las entrañas y hacía temblar las rodillas. Era como si fuera el primer día del mundo y nnca se hubiera querido nadie antes de nosotros. Por la noche no podía dormir. "¡Querida, querida, querida...!" Allí estaba la palabra viva rebotándome en los oídos, en la almohada, en la sangre. ¿Qué importa ahora que Mauricio no me mire si él me llena los ojos!¡Qué me importa que el ramo de rosas siga diciendo "mañana" si él me dio fuerzas para esperarlo todo! Si no hace falta que nos quieran..., ¡si basta querer para ser feliz, abuela, feliz, feliz...! (Ha ido exaltándose con sus propias palabras hasta terminar llorando en el regazo)

ISABEL Y MAURICIO

Isabel.- Te admiro
Mauricio.- ¿Ironías otra vez?
Isabel.- Sin ironías: te admiro de verdad. Es asombrosa esa manera que tenéis los soñadores de no ver claro más que lo que está lejos. Dime, Mauricio, ¿de qué color son los ojos de la Gioconda?
Mauricio.- Aceituna oscura
Isabel.- ¿De qué color son los ojos de las sirenas?
Mauricio.- Verde mar.
Isabel.- ¿De qué color son los míos?
Mauricio.- ¿Los tuyos...? (Duda. Se acerca a mirar. Ela entorna los párpados. Sonríe desconcertado) No lo tomes a mal. Parecerá una desatención, pero te juro que en este momento tampoco sabría decirte cómo son los míos.
Isabel.- Pardos, tirando a avellana. Con una chispita de oro cuando te ríes. Con una niebla gris cuando hablas y estás pensando en otra cosa.
Mauricio.- Perdona
Isabel.- De nada, (Sonríe, dominándose)...(...)

(Sale al jardín. Ha ido oscureciendo. Fuera, las sombras largas de la tarde. Mauricio enciende pensativo un cigarrillo. Se oye la campanila de la calle, y a poco la Doncella cruza a abrir. El señor Balboa viene de sus habitaciones, con un libro en la mano)

MAURICIO Y BALBOA (Y FELISA)
(...)
Balboa.- ¿No era este el libro que andabas buscando? "Los últimos descubrimientos de la arqueología".
Mauricio.- No tiene interés. He hecho yo uno más sensacional.
Balboa.- ¡Tú! ¿Cuándo?
Mauricio.- Ahora mismo. Después de largas excavaciones, acabo de descubrir que soy un perfecto imbécil. (Tira el cigarrillo que acaba de encender y sale al jardín llamando) ¡Isabel...!

lunes, 1 de febrero de 2010

Sofía se escribe con S XX

Sobre

Sobre blanco, seriedad y elegancia ante todo. Su minúscula y desordenada letra rompía el protocolo; una gota de sangre acompañaba al escrito.
Aún se percibía el perfume de ella, las lágrimas brotaron de sus ojos… ¿Qué le podría decir? No quería leerlo, había demasiado que no quería saber, no quería reabrir esa herida, dolería mucho; sin embargo, es aquella curiosidad humana la que lo hizo caer en tentación.

Aquella vez, tenía el presentimiento que estaba ella allí pero no importaba, se lo merecía. No pensó que terminaría así.
“Cómo es posible que lo puedas creer… Cómo es posible que tú, siendo tú mi mejor amigo, te dejes llevar por mi ira…conociéndome desde hace mucho” Qué podía ser, el daño estaba hecho; no importaba el contexto, ella habló y dijo lo que dijo, y aunque estuviera enojada, tenía toda la razón...


Lo abrió, no había nadie y el volver a ver su letra estremeció su alma:
“No puedo escribir, todo me da vueltas y te quiero… te quiero pedir una, ya que no vamos a estar de nuevo juntos. Pero promete que lo harás. Cierra los ojos, muy fuerte. -Sé que soy ridícula, siempre lo has sabido, pero ahora tienes que hacerme caso. Ayúdame con esto, ¿vale?- Cierra los ojos e imagina aquel lugar donde siempre te has sentido feliz y a las personas que te hacen sonreír -no importa si yo no estoy incluida…-.” No sabía por qué, se la imaginaba llorando en su cama, sufriendo; se le partía el alma: “Soy un monstruo”, pensaba. “… Imagina que la persona más importante para ti está ahí contigo, te sonríe, te abraza, te cuida. No te pido, que me imagines a mí, aunque sabes que yo lo daría todo porque sí, me encanta abrazarte, lo haría gustosa… Tan sólo imagina que esa persona que está contigo que te sonríe te susurra que siempre estará contigo, que está contigo que no tienes porqué sentirte triste, verás que todo te saldrá bien. Abre los ojos y sonríele al mundo. Sé feliz. Y cada vez que te sientas así de triste, haz lo que te he dicho: Imagina que eres feliz, créelo con todo tu corazón… y lo serás… Ya verás Sebas. Todo estará bien. Sonríe. Hasta siempre. Sofía.

PD: Solo prométeme una cosa más, nunca me olvidarás, ¿verdad? Yo nunca te voy a olvidar… Yo te quiero Sebas y nunca me cansaré de decirlo”



Y él la recordaba como una dulce niña, alguien que siempre estuvo con él, su sonrisa y su apoyo. Le hubiera gustado tanto que la carta terminase ahí… “Estoy muerta. Acéptalo. -Aunque supongo que él que leas esto es el primer paso para hacerlo-.Al menos, para ti lo estoy… desde hace tiempo… de la misma forma en que tú, mi mejor amigo, has muerto para mí.”
Ella tenía razón, ya lo peor había pasado. Sofía ya no era su Sofía, Sofía como la conocía, la dulce niña del apoyo y la sonrisa no existía más. Había muerto. Y él no puedo hacer nada para ayudarla…pues para ella nunca fue suficiente, ni nunca lo sería. Esperaba tan sólo que alguna vez lo perdonase y que estuvieran juntos de nuevo. “Yo sí te quiero y siempre estaré para ti, siempre seremos amigos”. Era demasiado tarde. Abrió las cortinas, y al parecerle ver su espectro su piel se erizó, corrió y salió por donde había entrado. Ya no quedaba algún rastro de él, solo había ido por eso, solo quería llevárselo y darle fin a todo. No quería recordarla a ella, ni pensar en lo triste y gris de su vida actual. Él no tenía toda la culpa, ni siquiera ahora la tenía, no quiso sentir melancolía por ella. Él solo fue por el sobre.