martes, 30 de diciembre de 2008

A cocachos aprendí

A cocachos aprendí.

A cocachos aprendí
mi labor de colegial
en el Colegio Fiscal
del barrio donde nací.
Tener primaria completa
era raro en mi niñez
(nos sentábamos de a tres
en una sola carpeta).
Yo creo que la palmeta
la inventaron para mí,
de la vez que una rompí
me apodaron "mano´e fierro",
y por ser tan mataperro
a cocachos aprendí.

Juguetón de nacimiento,
por dedicarme al recreo
sacaba Diez en Aseo
y Once en Aprovechamiento.
De la Conducta ni cuento
pues, para colmo de mal
era mi voz general
"¡chócala pa la salida!"
dejando a veces perdida
mi labor de colegial.

¡Campeón en lingo y bolero!
¡Rey del trompo con huaraca!
¡Mago haciéndome "la vaca"
y en bolitas, el primero...!
En Aritmética, Cero.
En Geografía, igual.
Doce en examen oral,
Trece en examen escrito.
Si no me "soplan" repito
en el Colegio Fiscal.

Con esa nota mezquina
terminé mi Quinto al tranco,
tiré el guardapolvo blanco
(de costalitos de harina).
Y hoy, parado en una esquina
lloro el tiempo que perdí:
los otros niños de allí
alcanzaron nombre egregio.
Yo no aproveché el Colegio
del barrio donde nací...

Nicomedes Santa Cruz

martes, 9 de diciembre de 2008

Sofía se escribe con S XV

Sombras
¿Sombras? ¿Cuáles? Si ahora todo era luz, si Simón estaba con ella, si ahora estaría bien; “…por fin, la felicidad absoluta… la encontré”. Ahora estaba todo bien, Sofía, Simón, luz… nueva vida, no malos recuerdos, no estaría sola jamás, no penas, no lágrimas, no sangre, no dolor, no Sebastián…
“¿¿Sebastián??

Y la luz se acabó, y salió del túnel, y despertó… Porque la verdad siempre sale a luz, verdad? O eso dicen.

Ella podía quedarse con Simón y tratar de buscar aquella felicidad, pero sería aquella la correcta? La verdadera? O se volvería a equivocar condenándose a una vida de eterna y dolorosa felicidad. Ella pudo intentarlo, quería…pero no podía. Tenía una promesa que cumplir.

Tener al lado la supuesta felicidad y dejarla ir. ¿Por qué escoger el camino más difícil?
¿Por qué? Un cálido abrazo la sostenía, era reconfortante. Lo estaba abrazando también, aunque ya no con la misma intención…. O el mismo sentimiento. Se sentía mareada, todo le daba vueltas…
Sofía, ¿qué tienes? Simón se había dado cuenta, no era del todo tonto, quizá lo parecía… “Nada creo, solo me siento un poco mareada”. Estaba helada o las manos de Simón eran muy calientes. La sentó y el hizo lo mismo a su lado. “Algo tienes, dime”. Deducía Simón. Sofía recogió sus manos, miraba el piso, perdida en la oscuridad de su propio mundo, de su mente. Quería olvidar todo. El notó aquello y tomó sus manos fuertemente, calentándolas. “Sofía, yo te quiero demasiado… Quiero que estés bien, que seas realmente feliz, que sonrías de verdad, que no te hagan daño.” Simón apretó las manos de Sofía, había adivinado. Ella no pudo hablar, sentía como una burbuja en la garganta, quería llorar pero no… “llorar es para débiles”. Siempre lo había dicho desde que encontró aquella frase, se lo repetía una y otra vez cada vez que quería llorar y no se lo iba a permitir. “Sofía eres lo más importante que me ha pasado, te quiero, te quiero…. Y por eso sé que no soy lo mejor para ti…o que no soy lo que quieres….
Dónde habría escuchado ya eso. Le era tan familiar, quería recordarlo y a la vez no… ¿importaba?
Un nombre, una persona apareció en su pensamiento. “¿Mi salvación?”….
Sofía oyó un suspiro que la adentraba en la realidad…. “Creo que es mejor que estés con Sebastián, ya está de regreso, ya no me necesitas…”
Se-bas-tián. Ese nombre. Ese “maldito” nombre. No podía vivir sin oírlo, acaso.
Trataba de no nombrarlo, pero siempre había alguien que terminaba haciéndolo. “Pueden dejar de hacerlo!”, recordaba Sofía. “Pero pareciera que tu pidieras a gritos que lo nombrasen. -Dejen de decir tonterías”, había respondido Sofía. Ella nunca pediría algo así, su sub.-conciente menos, o ella creía eso.
¿Qué responder? ¿Qué decir…le?
Que más podría hacer… Ya no había forma de salvarse, todo estaba perdido. Ahora Simón también la dejaba. Estaba sola nuevamente.
"Adiós mundo Adiós recuerdos. Adiós Simón. Adiós amigo. Sólo adiós…
Bienvenidos todos al eterno caos. Bienvenidos a mi mundo de sombras…"

lunes, 8 de diciembre de 2008

Sofía se escribe con S XIV

Simón
Simón, su amigo, su nuevo confidente. La nueva persona que iba a estar allí con ella…siempre. Y esta vez el siempre no tendría fin, como debió ser desde un comienzo. O eso pensó Sofía.
Quizá un reemplazo primero, pero quizá después no. No es una contradicción, sólo que así ocurrió.

Sofía se adentró en su mundo, traspasó la barrera entre su realidad y su ficción. Ahí estaba, en su habitación sin importarle el desorden, la oscuridad y el silencio. “Nunca más…”

Hora, 7 p.m. Que ironía, el tiempo pasa más rápido cuando no se está pendiente de él. Son sólo, cosas que pasan…y que no volverán a pasar. Sofía recogió el teléfono, lo conectó y marcó el número… “Simón, perdóname si?. Llámame o no sé, ven. Si puedes…si quieres.” Se preguntaba si estaba haciendo lo correcto, ¿qué estaría haciendo Simón? Tenía apagado el celular y nunca lo tenía así, o al menos para ella… Se habían conocido hace poco, pero él se había hecho querer, la hacía sonreír, olvidar sus problemas, la escuchaba, quizá no la aconsejaba, no la ayudaba mucho o bien, como lo hacía Sebastián, pero él estaba allí, con ella… y lo demás...no importaba.

Sofía, la niña perfecta, un ángel, la que no cometía errores…ella. Tantas cosas que fue, que quería volver a ser. Pero, ya la habían hecho sufrir demasiado y se prometió no volver a querer como aquella vez como alguna vez lo hizo, quizá ese querer fue un error. Todo iba bien, y conoció a Sebastián... Y todo estaba bien, y fueron amigos, mejores amigos, y existió lo que algunos llaman “confianza”. Y se quisieron, y se apoyaron entre ellos. Y hubo problemas… Sebastián cambió, se alejó y apareció Simón….
Y Sofía solo se dejó llevar…

Más tiempo en silencio, en la puerta o dentro, pensando. Espera, tocan. “Pasa”, gritó. Velocidad. Sofía se levanta, busca sus muñequeras, se las pone, se arregla lo mejor posible y sale. Muy rápido...

Vine en cuento escuché tu mensaje, ¿qué pasa?”. Sofía no podía verle a los ojos a Simón, desde que se dio cuenta de lo que hacía, se sentía culpable. Se preguntaba si Sebastián sentía lo mismo… “No pasa nada, simplemente quería verte y estar contigo un rato… Te prometo que esta será la última vez.” Se atrevió a buscarle la mirada. “Siempre dices lo mismo…” ¿Qué hacer? rondaba por la mente de Sofía.

“Simón quiero pedirte perdón, por todo. Por hacerte sentir así, como un juguete, por tratarte así. Sé que soy una mala persona, pero es algo que no puedo evitar. Siempre termino haciéndole daño a los demás. Por favor… perdóname.” ¿Qué mas decir? Era todo, se mordía el labio inferior evitando llorar.

Simón se acercó a Sofía lentamente y la abrazó. ¿Qué pensar? ¿Qué pasa?
“Sabes lo que siento por Sebastián, pero también sabes lo que siento por ti… Yo te quiero Simón…”

domingo, 7 de diciembre de 2008

Sofía se escribe con S XIII

Similar
"¿Similar?, mejor di casi idéntico… ¿No pudiste encontrar alguien más parecido? y no lo niegues que lo es, no te creo capaz...aunque ya no se si lo seas o no". Recuerdos, memorias. Sofía tenía una muy buena memoria, decían que no vivía los momentos hasta después de vivirlos y eso en parte le molestaba a Sebastián, pues él era al revés... ¿Qué memorias? ¿Qué recuerdos?

Apagó el televisor, había tomado una decisión definitiva. "Pero primero...". Se levantó del sofá dirigiéndose de nuevo a su habitación. Se quedó parada en la puerta, atónita, miraba lo que había sido su perfección hecha trizas: fotos tiradas en el suelo, su cómoda semi-vacía, uno que otro póster en el suelo… ¿Qué había hecho? Está había sido la peor de todas sus crisis habían cartas arrugadas, lapiceros por doquier, su cubrecama estaba manchada y una que otra gota de sangre en el suelo, un muy pequeño charco apenas notable... "No importa" Después de todo, ya nada importaba…aunque quería sólo solucionar un problema y vitarse líos mayores. Estaba sola, Sebas ya no iba a volver a ser su amigo, o eso creía, él estaba dolido, ella lo había lastimado. Le había hecho daño a la persona que más quería en el mundo, de qué no sería capaz. "Lo siento, por favor...perdóname" Gritaba en silencio y sola se contestaba. "No me va a perdonar, ¿cómo me va a perdonar? He hecho algo malo, soy una niña mala, tengo que desaparecer, morir, ¿para qué vivir? Si la persona por la quien vivo ya no me quiere… estoy sola. No puedo soportarlo, no soy digna de lo que se llama vivir… Soy una mala persona, tan poca cosa. Además a él ya no le va a importar..Ya no me quiere, o no como antes". Sofía y su depresión. El estado bien-normal nunca existió y sólo era una de sus facetas diarias para satisfacerlo pero como ya no estaba, daba lo mismo estar bien o mal; y que mejor que estar mal y refregárselo diariamente con mensajes de tipo suicida.
Nunca creyó en la felicidad en vida, quizá solo en el estado muerte. "La felicidad infinita: la muerte. Sólo somos seres-para-la-muerte." Por otro lado, el estado normal-mal o mal-depresión, depresión - lágrimas siempre existió; hasta el punto de decir que ese era su estado de ánimo los 370 días del año o las 25 horas al día, excepto cuando estaba Sebas con ella, y éste no estuviese deprimido. Él la alegraba, le daba una razón para vivir… y sonreír.

"Ya es muy tarde, ya no me va a querer como antes, ni siquiera sé si me ha perdonado de verdad. Jamás lo hará. Después de todo, ya tiene nuevas amigas y mucho mejores que yo...ya no sirvo.". Reflexiones, sólo tenía una opción, quizá dos, pero ya no quería lastimar a alguien otra vez... como hace meses...

"Simón me siento mal, salgamos si? ¿Qué te hizo? Nada." Desde que había averiguado lo de Selene, ya todo le daba igual. Olvidar. Hizo todo lo posible, cualquier cosa con tal de no sentir aquel dolor insoportable, una presión en el pecho, cualquiera se ahogaría entre tantas lágrimas, un vacío en el corazón, sentir como tu alma se rompe en mil pedacitos. "Sí, Simón me gustaría ir contigo al cine. Vale, voy por ti en una hora." Si él la había reemplazado, ¿por qué ella no podía hacer lo mismo? ¿Venganza? ¿Justicia? No importaba, la apatía la inundó completamente.

Ahora, se reía de sus pensamientos tan tontos: "¿Cómo se me pudo haber ocurrido incluir a Simón en todo esto?, él es bueno y yo le he hecho tantas maldades..." Y ahora qué hacer, pedir perdón o no, Simón ya se había dado cuenta, o quizá no, nunca lo supo, nunca se había atrevido a preguntárselo de frente; tenía tanto miedo.
La verdad nunca lo había conocido de verdad, no sabía mucho de él. Ella tan sólo quería alguien que la escuchase y él había aparecido. “-Sofía yo te quiero de verdad... Nunca te lo he negado -Lo sé Simón, sabes que yo también…” En algún momento, ella lo quiso de verdad, pero al irse Simón recordaba absolutamente todo; por eso prefería estar siempre con él. “Simón acompáñame, si?”. Quizá si Sebastián no hubiese vuelto, lo habría olvidado…
Quizá, pero era casi imposible que Sofía olvidase tantos momentos... Al contrario de lo que ella era para Sebastián, él era irreemplazable. Por más que quiso ver a Simón como su nuevo mejor amigo, nunca lo hizo… Aunque siempre la alegrara, aunque siempre se divirtiesen, aunque Simón la escuchase, aunque Simón sea parecido a Sebastián… “-Es lo que detesto, lo que más me duele Sofía, que sea como yo. Similar

lunes, 6 de octubre de 2008

Como agua para chocolate (partes)

Como agua paa chocolate de Laura Esquivel, es un libro que me ha gustado mucho..

Y pues...quería poner algunas partes que me gustan...


Junio. Masa para hacer fósforos.
"Sin detenerse un momento, sin pensar si eso era lo que le correspondía. Al verlas ahora libres de las órdenes de su madre no sabía qué pedirles que hicieran, nunca lo había decidido por sí misma. Podían hacer cualquier cosa o convertirse en cualquier cosa. ¡Si pudieran transformarse en aves y elevarse volando! Le gustaría que la llevaran lejos, lo más lejos posible. Acercándose a la ventana que daba al patio, elevó sus manos al cielo, quería huir de sí misma, no quería pensar en tomar una determinación, no quería volver a hablar. No quería que sus palabras gritaran su dolor.

Deseó con toda el alma que sus manos se elevaran. Permaneció un buen rato así, viendo el fondo azul del cielo a través de sus inmóviles manos. Tita pensó que el milagro se estaba convirtiendo en realidad cuando observó que sus dedos empezaban a transformar en un tenue vapor que se elevaba al cielo. Se preparó para subir atraída por una fuerza superior, pero nada de eso sucedió. Decepcionada, descubrió que el humo no le pertenecía."

Como morir en silencio...?

Como morir en silencio.

Como morir en silencio
como decirte: te creo
si cuando me ves, huyes
si cuando me acerco, te vas.

Como morir en silencio
por qué sufrir, lento...lento.
Como encontrarte en el cielo?
Y te digo, "adios". Y miento.

Como morir en silencio
Y por qué no buscarte en el infierno?
Pido perdon al cielo. Y miento.
Y voy y huyes...y ya no sé.
¿Qué hacer, ni qué decir?
Ni donde buscarte...

¿Cómo morir en silencio?

viernes, 19 de septiembre de 2008

El día que me quieras

El día que me quieras
El día que me quieras tendrá más luz que junio;
la noche que me quieras será de plenilunio,
con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas,
y habrá juntas más rosas
que en todo el mes de mayo.

Las fuentes cristalinas
irán por las laderas
saltando cristalinas
el día que me quieras.

El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos.
Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras
que hubo y habrá en el mundo serán cuando me quieras.

Cogidas de la mano cual rubias hermanitas,
luciendo golas cándidas, irán las margaritas
por montes y praderas,
delante de tus pasos, el día que me quieras…

Y si deshojas una, te dirá su inocente
postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras,
y en el estanque, nido de gérmenes ignotos,
florecerán las místicas corolas de los lotos.

El día que me quieras será cada celajeala maravillosa; cada arrebol, mirajede “Las Mil y una Noches”; cada brisa un cantar,
cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos
cabrá en un solo beso la beatitud de Dios

Amado Nervo

jueves, 11 de septiembre de 2008

Poema 15

Poema 15
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto

Pablo Neruda

martes, 9 de septiembre de 2008

Romance de la condesita

Romance de la condesita
Grandes guerras se publican
en la tierra y en el mar,
y al conde Flores le nombran
por capitán general.

Lloraba la condesita,
no se puede consolar;
acaban de ser casados,
y se tienen que apartar:
—¿Cuántos días, cuántos meses,
piensas estar por allá?
—Deja los meses, condesa,
por años debes contar;
si a los tres años no vuelvo,
viuda te puedes llamar.

Pasan los tres y los cuatro,
nuevas del conde no hay;
ojos de la condesita
no cesaban de llorar.
Un día estando a la mesa,
su padre le empieza a hablar:
—Cartas del conde no llegan,
nueva vida tomarás;
condes y duques te piden,
te debes, hija, casar.
—Carta en mi corazón tengo
que don Flores vivo está.
No lo quiera Dios del cielo
que yo me vuelva a casar.

Dame licencia, mi padre,
para ir el Conde a buscar.
—La licencia tienes, hija,
mi bendición además.

Se retiró a su aposento
llora que te llorarás;
se quitó medias de seda,
de lana las fue a calzar;
dejó zapatos de raso,
los puso de cordobán;
un brial de seda verde,
que valía una ciudad,
y encima del brial puso
un hábito de sayal;
esportilla de romera
sobre el hombro se echó atrás;
cogió el bordón en la mano,
y se fue a peregrinar.

Anduvo siete reinados,
morería y cristiandad;
anduvo por mar y tierra,
no pudo al conde encontrar;
que ya no puede andar más.
Subió a un puerto, miró al valle,
un castillo vio asomar:
—Si aquel castillo es de moros,
allí me cautivarán;
mas si es de buenos cristianos,
ellos me han de remediar.

Y bajando unos pinares,
gran vacada fue a encontrar:
—Vaquerito, vaquerito,
te quería preguntar
¿de quién llevas tantas vacas
todas de un hierro y señal?

—Del conde Flores, romera,
que en aquel castillo está.
—Vaquerito, vaquerito,
más te quiero preguntar
del conde Flores tu amo,
¿cómo vive por acá?
—De la guerra llegó rico;
mañana se va a casar,
ya están muertas las gallinas
y están amasando el pan,
muchas gentes convidadas,
de lejos llegando van.

—Vaquerito, vaquerito,
por la Santa Trinidad,
por el camino más corto
me has de encaminar allá.
Jornada de todo un día,
en medio la hubo de andar;
llegada frente al castillo,
con don Flores fue a encontrar,
y arriba vio estar la novia
en un alto ventanal.

—Dame limosna, buen conde,
por Dios y su caridad.
—¡Oh, qué ojos de romera
en mi vida lo vi tal!
—Sí los habrás visto, conde,
si en Sevilla estado has.
—La romera ¿es de Sevilla?
¿Qué se cuenta por allá?
—Del conde Flores, señor,
poco bien y mucho mal.
Echó la mano al bolsillo,
un real de plata la da.
—Para tan grande señor,
poca limosna es un real.

—Pues pida la romerica,
que lo que pida tendrá.
—Yo pido ese anillo de oro
que en tu dedo chico está.
Abrióse de arriba abajo
el hábito de sayal:
—¿No me conoces, buen conde?
Mira si conocerás
el brial de seda verde
que me diste al desposar.

Al mirarla en aquel traje
cayóse el conde hacia atrás.
Ni con agua ni con vino
no lo pueden recordar,
si no con palabras dulces
que la romera le da.
La novia bajó llorando
al ver al conde mortal;
y abrazado a la romera
se lo ha venido a encontrar.

—Malas mañas sacas, conde,
no las podrás olvidar;
que en viendo una buena moza,
luego la vas a abrazar.
Mal haya, la romerica
quién te trajo para acá.
—No la maldiga ninguno
que es mi mujer natural.
Con ella vuelvo a mi tierra;
adiós, señores, quedad;
quédese con Dios la novia,
vestidica y sin casar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

Anónimo

domingo, 7 de septiembre de 2008

Volerán las oscuras golondrinas

Volverán las oscuras golondrinas
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales,
jugando llamarán;

pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
esas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aun mas hermosas,
sus flores abrirán;

pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
esas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará;
pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
¡así no te querrán!

Gustavo Adolfo Becquer

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cómo has cambiado pelona!

Cómo has cambiado pelona!
Cómo has cambiado, pelona,
cisco de carbonería.
Te has vuelto una negra mona
con tanta huachafería.

Te cambiaste las chancletas
por zapatos taco aguja,
y tu cabeza de bruja
la amarraste con peinetas.
Por no engordar sigues dietas
y estás flaca y hocicona.
Imitando a tu patrona
has aprendido a fumar.
Hasta en el modo de andar
cómo has cambiado, pelona.

Usas reloj de pulsera
y no sabes ver la hora.
Cuando un negro te enamora
le tiras con la cartera.
¡Qué...! ¿También usas polvera?
permite que me sonría
¿Qué polvos se pone usía?:
¿ocre? ¿rosado? ¿rachel?
o le pones a tu piel
cisco de carbonería.

Te pintaste hasta el meñique
porque un blanco te miró
«¡Francica, botá frifró
que son comé venarique...!»
Perdona que te critique,
y si me río, perdona.
Antes eras tan pintona
con tu traje de percala
y hoy, por dártela de mala
te has vuelto una negra mona.

Deja ese estilo bellaco,
vuelve a ser la misma de antes.
Menos polvos, menos guantes,
menos humo de tabaco.
Vuelve con tu negro flaco
que te adora todavía
Y si no, la policíate va a llevar de la jeta
por dártela de coqueta
con tanta huachafería.

//Nicomedes Santa Cruz

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sofía se escribe con S XII

Separación
Separación, tarde o temprano sucede. Por culpa de uno, por culpa del otro, no importa… Simplemente ocurre. Quizá ninguno de los dos se dio cuenta, o quizá sí y no lo quieren aceptar. “-Eso es lo que pasa… ya no me quieres. -Sofía… -Sí, ahora te diviertes con ella, ya te aburriste de mi. -Sofía… -No me mientas. -Sofía… -Sabes que yo te voy a querer por siempre, ¿o no lo recuerdas? -Veamos cuánto te dura -No me dejes Sebas… -Sofía, ¿ya terminaste?” Esto nunca iba terminar, siempre la habían dejado sola. Nunca había pensado que Sebas lo haría también o quizá sí, pero aún no. No ahora, ni hoy, ni mañana… Quizá en un futuro muy lejano. Sofía no quiere que él se alejara, era lo que más quería en el mundo, su mejor amigo, casi su hermano, la persona que había estado con ella en los buenos y en los peores momentos. Aunque, las cosas pasan por algo, ¿o no? Él se había ido, pero aún seguían juntos en espíritu… Pero algo sucedió, “-¡Tonta! Por eso no son reales los cuentos de hadas, siempre hay un “pero”; el destino es demasiado cruel para que todo sea así. -Cállate y déjame soñar.”. Sofía no sabía que había pasado, ya no habían cartas, ni respuestas, diez llamadas, 45 mensajes de texto, 25 timbradas al celular y dos meses. “-Sofía, ¿qué tienes?¿por qué no comes? -No tengo apetito, Selene, gracias. OK, si tu lo dices.” Noche tras noche, día tras día y ni una sola respuesta. Sebastián se había ido. “Ya no me quiere, estoy sola, ¿por qué estoy viva?”. No tenía razón alguna para estarlo, y fue allí dónde empezaron las cortadas. “Sofía, que bonitas pulseras”. Y un sentimiento nuevo aparecía. “Te odio Sebastián, gracias por dejarme, ¡te odio!” Y quería que el sufriera, que le doliera tanto como a él y a la vez no quería hacerle daño, en el fondo lo quería tanto como al principio. “Escúchame bien porque esta vez será una de las últimas veces que me escuches decirtelo: Te quiero, siempre lo haré”. Recuerdos y más recuerdos. Y él volvió reapareciendo en su vida. “Perdóname, ¿sí? Me cambié de casa y he estado en exámenes, me robaron el celular… pero hasta hace poco recuperé el número y leí los mensajes; Sofía… Lo siento.” Su voz, la melodía, sus palabras, todo era demasiado para ella. Nunca aprendió a hablar por teléfono con él, sentía que se desmayaba, que se perdía en sus palabras, que regresaba en el tiempo. No le podía decir que no, pero en el fondo de su alma escondía un secreto.
Sofía siempre había sido vengativa. “-Las personas me hicieron así y tú mas que nadie lo sabe. -Sofía, tienes que aprender a perdonar. -¿Te parece justo que perdone todo lo que me hicieron?, debería morirme, estar muerta… y sabes que no lo hago por ti. -Sofía eso no es justicia, es venganza. -Ya te lo dije, las personas me hicieron así y no puedo hacer algo al respecto.” Pero sería capaz de hacerle daño a la persona que más quiere...Tan sólo imagínense…
Tenía una rápida cicatrización, eso siempre le había sorprendido, y pues ni los últimos, ni los primeros habían sido cortes muy profundos, aunque odiaba las cicatrices. Ahora estaba “normal” o algo así; ya no tenía más lágrimas por el momento; estaba olvidando todo. Esta era su forma de perderse, de estar normal y la había aprendido del maestro, de la persona que siempre había estado con ella: Sebastián. Sofía decidió salir de su habitación dirigiéndose a su sala. Se sentó en uno de los sofás, encendió el televisor, cambiaba y cambiaba los canales, hasta que se decidió por uno. Veía o trataba de ver, de concentrarse en la serie; pero su mente regresaba a los recuerdos de hace meses, de todo lo anterior… “¿Por qué estoy viva?...no, debo olvidar…
Concentración, era algo difícil de obtener y más cuando sientes que tus muñecas arden, pero quizá, terminó por entender lo que sucedía en la serie…. La niña de la serie lloraba y lloraba y le gritaba a otra: “No, mis padres no están divorciados, están en medio. En medio de qué- preguntaba la otra. En medio del proceso. -Explícate. -En el proceso de divorcio, de separación.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Sofía se escribe con S XI

Siempre.
Siempre es siempre, o eso dicen todos. Para la mayoría siempre es hasta la muerte..."Hasta que la muerte los separe…". Pero para otros... "Siempre"...va mas allá de todo.
Sofía se quedó paralizada. Pensaba. Había algo que estaba mal, lo dudó. "¿Qué hice?"...Sofía recogió el teléfono y lo puso en su lugar sonriendo. "Listo. Me va a llamar y me va a decir que me quiere, él no desea que me muera. Y luego vendrá por mi y todo estará bien.” Lágrimas otra vez, tenía la sensación de que algo iba a pasar; “Tal vez si…” Lo meditaba, en otras ocasiones había sido así, pero siempre ella había sido directa. La verdad odiaba ser así, pero él era muy despistado. Quizá Sofía siempre quiso que la salvaran. No lo sé, me gustaría saberlo.
¿Cuánto tiempo tendría que esperar, que esperarlo? “Volverás, ¿verdad?. Sí, Sofía. Y me llamarás o me escribirás seguido. Cuando pueda. Eso es lo que me preocupa. OK, si lo haré Sofía. No importa cuando tiempo pase, Sebas, yo te voy a esperar… Porque siempre estaremos juntos, ¿lo recuerdas?”. Era frustrante tener que recordarle a la persona que mas quieres que no se olvide de ti, que existes; algo de lo que realmente tú dudabas…
No, no lo va a hacer. Soy una idiota… tan tonta como siempre. ¿Cómo pude pensar en algo así?” Reía con dolor, frustración, mareos; todo le daba vueltas. En cualquier caso tenía el mismo plan de salida. No importa, no la iba a llamar… ¿Por qué lo haría? Estaba a punto de desconectar el teléfono, cuando este sonó. Sofía casi cae al suelo, del susto. Contestó.
Sofía adivina quien está aquí…Hola Selene, quién? (y a mi que me importaaa!?). Que raro que no lo supieras: ¡¡Sebastián!!”. Sofía colgó el teléfono, lo desconectó y lo lanzó lejos de su habitación.
Pero ahora sonó su móvil, Simón. “-¿Sofía estas bien? -Sí, por supuesto, ¿qué quieres? -¿Segura? -Sí. Entonces, por qué le dijiste a Sebastián que íbamos a ir al cine. -Pues…porque… Le tuve que mentir y decirle que sí, que para tu casa voy, ¿quieres que vaya? -No. -¿Me explicarás? -Si me dejaras… -OK, dale.
Sofía odiaba las clases de literatura, de lengua y de todo lo que tenga que ver con letras, pero siempre fue la primera en todo. Odiaba tener que redactar, simplemente le aburría pensar y buscaba la manera de hacer todo fácilmente, es irónico: Odiaba la rutina, pero su vida era una. En las exposiciones, hacia lo mismo una y otra vez, se sorprendía de que nadie se diera cuenta de aquello, bueno, se sorprendía de todos menos de Sebas; él siempre supo todo de ella. De tanto hacerlo, Sofía había aprendido fácilmente la habilidad de hablar bien y argumentar cuando era necesario. Podía mentir fácilmente si se lo proponía.
(…) -Así que lo siento. -No lo sientas Sofía, sólo no lo vuelvas a hacer, estoy cansado de ser tu juguete. -Tú no eres mi juguete Simón y siento si te pareció eso, tengo que colgar, adiós”.
No quería hablar, solo quería estar sola y pensar. Tampoco podía ahora hablar, no lo haría bien, se olvidaría de varias cosas, de palabras… Sofía estaba preocupada, solo había algo que rondaba su mente. “Sí Sofía, lo recuerdo… Juntos por siempre”.

sábado, 30 de agosto de 2008

Sofía se escribe con S IX y X

Sueños.
Sueños, metas, logros, objetivos y tantas tonterías que antes de morir no sirven para cosa alguna. Un poco de todo pasa por la mente de Sofía: sueños, ideales, momentos alegres, premios, buenos recuerdos. Es una mezcla saturada de matices reales e irreales… “-¿Entiendes?”….
A veces no sé que digo, que pienso”. Pero, qué es lo más importante de entre todo. Sofía piensa. “Obvio, lo más importante… ¿qué es lo más importante?..” Las razones, los malos recuerdos, peleas, gritos, soledades, golpes, enojos, la causa o el causante… “-¿En qué piensas? -En ti no. -Haa! Graciosa, es enserio… ¿En qué piensas? -Me gustaría vivir en un mundo de hadas. -Sofía, no seas ridícula… me pregunto ¿cuándo crecerás? -No quiero crecer… y tampoco es una ridiculez, no ves lo maravilloso que puede ser. -No, no lo veo. -Gracias ¡eh! -Yo creo que todo depende del papel que tengas en el cuento. -Ahh! -¿Qué pasa? -Espera a que se me ocurra una buena respuesta. –Vale, yo espero.” Sofía cerró los ojos.
Sofía que me vaya lejos no quiere decir que no te quiera, que te dejaré de querer. Sebas… te estoy perdiendo, te voy a perder. No lo veas así, tú fuiste la de la idea. Pero yo quería ir contigo, no irme a otro lugar… y lo peor es que lo mío es dentro de unos años… Eso te pasa por saberlo todo. Cállate. Sofía, prométeme que vas a estar bien. No puedo. Sofía, si no lo haces por ti, hazlo por mi; prometimos estar juntos por siempre y lo vamos a estar… esto no es un adiós, es solo un hasta luego, Sofía te aprecio mucho, pero déjame ir, déjame cumplir mis metas, mis sueños…”


Salvación
Salvación… sí, esa es la palabra adecuada". Los recuerdos de Sofía se entremezclaban, ya no lloraba, ya no tenía lágrimas. Tenía la boca reseca. Ella solo esperaba que llegara el momento... ¿Por qué pensar en alguien que nunca pensó en ella? ¿Por qué debería importarle? ..."Sofía, ¿por qué te importante tanto alguien que está tan lejos de aquí....a miles de millas?" Las personas no entienden, nunca entenderán son demasiado...humanas. Recuerdos, sombras, luz, oscuridad, un largo caminar, el teléfono que suena, Sofía se levanta como puede..."y ahora, ¿quién?..."...
"-Hola, bueno? -Sofía, ahms…hola. -Sebas… ¡tú!, ¿cómo conseguiste el número? -Eso no importa, estás bien? -Sí, si lo estoy (desde que te fuiste estoy muuuy bien-sarcasmo-). -¿Segura?, ¿no me mientes? -Aja, sí muy segura. -¿Tienes tiempo? -No, la verdad no… justo ahora estaba de salida, Simón me invitó al cine (Si supieras que no es cierto, me matarías pero es lo mejor). -Ahms, pues entonces diviértete mucho si? -Eso no tienes que decirlo.” Trataba de sonar alegre, pero quizá su voz la delataba y él no quería decir nada, o quizá no. Sofía quería que él sufriera por todo lo que ella estaba pasando, todo lo que ella había sufrido desde que él se marchó; y le encantaba hablar de Simón con él. Tantas cosas pasan en su mente: recuerdos otra vez, momentos alegres y malos, lágrimas y risas, juegos. Y las lágrimas salieron a flote nuevamente, se le quebraba lenta e imperceptiblemente la voz, se veía las muñecas, se sentía débil pero no había perdido mucha sangre o quizá sí pero no la suficiente. “-Bueno, no te quito mas tiempo. -Ahms… (¿Por qué no te das cuenta?..). -Sofía, te extraño. -Adiós Sebastián. -Adiós Sofía, cuídate.”...
Tiró el teléfono, no más molestias, desactivó la alarma de su casa. Todo le daba igual. “Sofía quiere llorar, quiere llorar…” Siempre se había hecho la fuerte, la que todo lo puede y sólo había una persona en el mundo que la entendía o que lo intentaba; pero esa persona se había marchado, la había dejado sola, ya no había forma de evitar lo peor. “Adiós Sebastián”. Ya no está, se ha ido. Ya no hay forma, él nunca quiso ser salvado… Y otro diálogo, otro caleidoscopio de recuerdos invade la mente de Sofía, abría los ojos y sus pupilas se dilataban... “-Sebastián, no te dejas ayudar, ni siquiera me dices qué tienes, qué quieres… Termino adivinando, o rogándole a Selene, la normal, en quien parece que confiaras más y recién la conoes, pero claro… No me dice ¡Nada de nada! Y me quedo con la rabia y el dolor que me causa el afirmar que no deseas que te ayude –Ya no quiero la ayuda de los demás, la esperé por años y años… Y, por favor no mates tu tiempo con Selene, ella no sabe nada –Tú, por favor… Sólo dime, si no quieres ayuda, qué deseas… - Quiero ser alguien para los demás, lo que tú llamas normal, quiero dejar de ser el chico defectuoso –Pero Sebas – Espera, ¡basta! No, ya no quiero oír nada Sofía… ¿Por qué siempre me haces esto, eh?¿Te sientes mejor ahora? Espero y si –Perdón, sabes que la defectuosa soy yo –Olvídalo, sólo… Sólo déjame respirar, mira, yo no busco dar lástima, no busco que me ayuden ya, eso lo busqué hace tiempo. Antes quería cariño, de mis padres, de mis amigos, de ti… Ya no quiero nada, de nadie, no quiero palabras de aliento de los demás. Lo único que deseo es valerme por mi mismo… Dejar de depender de otros. Sofía escúchame y hazme caso de una vez, te lo he dicho desde hace tiempo, yo no soy un amigo...nunca soy un buen amigo, no he aprendido a ser un buen amigo” Y no encontró la forma, nunca la hallaba. Era ella y sus tristes recuerdos y pensamientos. No la hay, nunca la hubo… No tuvo oportunidad, no fue llamada, no era parte de la salvación.

jueves, 28 de agosto de 2008

Sofía se escribe con S VII y VIII

Silencio.
“¡Silencio!, ¡cállense! ¡No! No lo digas, por favor” Sofía lloraba. “Shhhh, no por favor” ¿A quién suplicaría de esa forma? Sofía se levantó como pudo, gateó con las pocas fuerzas que le quedaban hacia el otro extremo de su cama, se sentó apoyándose en el cabezal de la cama, abrazando sus piernas, llorando. “¡Cállate, ¡déjame tranquila!... Déjenme… ¡Sí! ¡Déjenme… sola!”Sus manos ensangrentadas cubrieron sus oídos… ¿crisis?
Las personas no entienden, nunca han entendido, nunca lo harán. Son todas iguales. Recordaba aquella conversación, siempre había sido curiosa y eso le había causado tantos problemas, que después terminaba arrepintiéndose. "–Selene, es que no lo veo justo. No creo merecer ser lo más importante par ella. Ella no lo es para mí, me importa y mucho, pero no es lo más importante. Además, ella me da más atención de la que yo a ella. –Sebastián, pero acaso no te gusta, no te sienta bien el que te considere así… Sabes cómo es Sofía” Nunca se había arrepentido tanto, maldecía su curiosidad y el haber escuchado una conversación por teléfono que no le pertenecía. Selene, era amiga de ambos y conocía un poco de los dos… Siempre se preguntó por qué él prefería hablarle a Selene que a ella misma, que se supone que era su mejor amiga… “-No es un intercambio justo, lo entiendes Selene?” Ese día no quería seguir escuchando pero lo había hecho y ya no pudo colgar. Sofía se recostó de nuevo en el mismo lugar que antes: boca arriba, llorando, delirando, recordando “¡no es cierto!, ¡no lo es! ¡Todo está bien!”. Aquellos recuerdos, aquellas palabras… “-No es que no me importe, como ya lo dije no es un intercambio justo, me importa demasiado pero no tanto como yo le importo a ella o al menos como lo hace notar. Debería darle ese tiempo y espacio de su vida y mente a otra persona…Ahora más que nunca que no estoy con ella. Alguien que no la dañe y que le diga cada dos por tres cuanto la quiere, cuanto le importa y lo que significa para esa persona. Yo no lo hago, no nace de mi decir lo que siento, expresar mis emociones…no soy así…más bien soy…reservado, serio, callado, pienso sin decir lo que pasa por mi mente. Todo me lo guardo, ya no confío en nadie del todo. No sé por qué te estoy diciendo todo esto Selene –Está bien Sebas, sabes que no diré nada. –Tan sólo dile que la aprecio, que eso nunca lo dude… sí?."

Sofía vivía en un vecindario tranquilo y silencioso, demasiado diría yo. “Shhhh” Nadie tiene idea del poder de nuestra mente, de las cosas en las que pensamos, imaginamos, aquellos momentos que recordamos en silencio. ¿Cuánto de cerca está nuestro propio mundo, del real?. Sofía llora y sus pupilas dilatas denotaban una real crisis nerviosa. “¡Muérete ya! Por favor… ¡quiero morirme!.. Quiero dejar de sangrar, duele… quiero dejar de respirar, es inútil. Quiero estar sola… Necesito dormir.” Cerró los ojos. “Por favor.” Suplicaba. “¡Ya! ¡Silencio!”.


Suficiente.
“¡Suficiente!, ¡¡Basta!!. ¡¡Quiero dejar de sentir esto, es que ya no siento el salir de mi sangre!!. Ya no puedo mas intentar esto.” Sofía se levantó de su posición, se sentó mirándose en el espejo, se recogió el cabello, rebuscaba sus bolsillos. “¿Dónde? ¿Dónde está?” Se levantó, daba vueltas en su dormitorio. Lloraba. Buscaba en sus repisas, tiraba todo. “¿Dónde…?” Arrancó los póster de sus paredes, tiró el reloj: “6:20… ¡bah!”. La encontró, en su cofre. “Ese” cofre antiguo, olvidado… en lo más profundo de su habitación, de su memoria, de su mundo. Sebastián se la había regalado una semana antes de que empezara todo… “-Y ahora te tengo que decir Sebas, “el normal” ¿verdad? –No le veo lo malo a ser normal –Siempre quisiste ser un chico común y corriente y jugar y hacer lo que hacen los otros –Estoy cansado de ser invisible. Es todo. –Bueno, que clases amigos querrás que sólo te siguen o te acompañan cuando eres de la manada, como aquellos… -Sólo quiero que me noten, que estoy ahí, existo. Ya no quiero ser un cero a la izquierda, ya no quiero estar fuera del círculo y hablarle a los gatos o quedarme mirando a un punto fijo mientras pasa el día y yo espero que termine para correr a casa y esconderme y estar tranquilo. Ya te lo dije, si ya no te agrado puedes dejar de hablarme –Voy a estar contigo siempre, así seas un chico del montón. Sólo me gustaría que fueras un poco más…-No cambio por las personas, que te quede claro, es muy raro que lo haga, es rarísimo de hecho. Siempre lo hago por mi, puede que suene egoísta pero es así, siempre veo por mi.” Era la primera vez que discutían en serio, nunca olvidaría ese día, los ojos de Sebastián, su mirada gélida, el dolor que le produjeron esas palabras en forma de gritos, reclamos. Maldita memoria, siempre recordaba las cosas cuando no tenía que hacerlas… “-Que debería hacer esto, aquello, que debería ser así… Estoy harto Sofía. No es mi culpa que no sea como quieres. ¿Por qué te gusta hablar de estas cosas¿ ¿Te gusta que te grite? ¿Te gusta tanto sufrir que quieres que te haga daño? ¡Eres una idiota y arruinaste todo! -Perdón… -Siempre, pero siempre y lo sabes, he intentado hacerte sentir bien, ser alguien para ti y tú nunca lo agradeciste. Siempre tenías un pero… Sabes Sofía, no eres la única con problemas, a mi nadie me ayuda… A mi nadie me dice lo que quiero oír… ¿Crees que eres buena amiga?”
Sí, aún tenía filo, y tenía una mancha en el lado superior. “Bueno, uso el otro lado; de todas formas, ya necesito comprar otra”. Lo pensó dos veces antes de hacerlo. “Sí o no…” La cuchilla brillaba en su mano. La tomó apuntando a su muñeca. “Si tan solo…”. Suspiró. No iba a dejar que volviera a ocurrir… La cuchilla resbalaba. Resbaló suavemente. Jugaba a hacer aquello y deseaba que fuese suficiente. Hacía tiempo y no sabía para qué; y mientras apenas se desangraba pensaba en ello. Se lanzó en su cama mirando el techo buscando las estrellas. “Es… fue… Suficiente.”

lunes, 25 de agosto de 2008

Sofía se escribe con S V y VI

Sólo.
Sólo hay algo en el mundo que la podía salvar. Algo no… Alguien.
“Es tan simple… Descúbrelo, date cuenta de…”. Sofía vive en una típica casa así como la tuya o como la mía, es grande y bonita y… perfecta. “Todo perfecto para la niña perfecta”. No piensen que es envidia, porque les aseguro que no lo es. Sofía… Sofía… Y Sofía,
Alguna vez se han preguntado, ¿qué es lo que se piensa antes de morir?, ¿qué recuerdos vienen a la mente? ¿En quienes piensas? La verdad déjenme asegurarles que son cosas tan patéticas y fuera de lugar que cualquiera se arrepentiría de siquiera haberlo recordado.
“Sofía que bonitas pulseras”. Tantas veces lo había intentado y lo peor es que nadie se daba cuenta; aunque eso ya no le fastidiaba. Se reía tan sólo de que así como tantas veces lo había intentado, tantas veces él la había salvado. Siempre había estado allí, con ella. En las buenas y en las malas, desde que se conocieron siempre habían estado juntos, lo más posible hasta hace poco. Costumbre, era lo único que la hacía superar sus problemas, estaba tan acostumbrada a que las cosas salieran de tal forma, era simple por más que se esforzase siempre la que terminaría mal sería ella y esta vez no era diferente. Era triste pero cierto, no tenía ya más a alguien con quien llorar, ni compartir las penas, la habían dejado sola otra vez. “No”, se corregía pues él la había dejado sola. “Gracias Sebas...” No le guardaba rencor, porque sabía que no valdría la pena, aunque a veces no podía evitar el odiarlo o desearle lo peor aún sabiendo que con una sola palabra de él todo volvería a estar bien y tendría las suficientes fuerzas para seguir viviendo y soportar cualquier problema… Y todo estaría bien de nuevo hasta que nuevamente volviera a suceder… Qué esperanza de Sofía, acaso se le puede tener tanta devoción a una persona que más aunque ayudarte, daño te hace. Era consciente de su dependencia, del dolor que le causaba pero no pensaba en ello; le gustaba vivir de los momentos felices pasados y creer que volverían a ocurrir en cualquier momento… “Si tan sólo estuviese aquí, si aún me quisiera, si tan sólo…”.

Sofisticado.
“Sofía no es así, no es tan simple.- Entonces, ¿qué es? ¿Cómo es? -Es… sofisticado” Recordaba y meditaba sobre sus respuestas, las suyas y las de él; todas. Hablaba sola, deliraba y se sorprendía de cómo en momentos tristes era capaz de recordar absolutamente todo. ¿Y la sangre? La sangre de sus muñecas continuaba fluyendo, ya se había mezclado con sus cartas, su cubrecama, el suelo, sus cabellos, su frente, ella. “Hace frío…”
“No, no es sofisticado, ¡tú lo haces así! -Es que es imposible, entiende. -¡No! ¡No lo es!...Yo te quiero.” Sofía tenía un tocadiscos antiguo, se lo había comprado en Navidad y hace poco lo había mandado a arreglar para que se pudieran escuchar CDs. Era genial, lo es realmente. Es de madera, o bueno es de algún material que se le parece; la verdad no se como describirlo, simplemente es un tocadiscos que se tiene que ver…
“Me gusta esa canción. - A mí no. -Sebas… -¿Qué Sofía? -Nada” Los pensamientos se mezclaban, se enredaban en su cabeza provocando alucinaciones; se mezclaban así como su sangre y lo exterior, así como todo en la vida. Momentos de luz y de oscuridad… “-Sofía, sólo prométeme una cosa –¿Qué? –Nunca pero nunca pierdas la esperanza. Sonríe, todo va a estar bien. –Sebas, me vas a hacer llorar… -Llora, no tiene nada de malo; sólo… No te odies, ¿si?” Era difícil no hacerlo, qué era ella sin él, la vida no tenía sentido sin alguien con quien compartirla. Las tardes de los viernes, ambos solían conversar, soñar, huir de esa realidad en la que vivían y trazaban planes inimaginables; a veces discutían pero eso sólo pasaba cuando uno de los dos realmente estaba mal… “No lo entiendo, ¿por qué la gente suele pensar tanto en el suicidio? Hay vidas peores y yo lo sé más que nadie –Cada uno cree que sus problemas son lo peor que existe Sebas, eso no se puede evitar –Mira, yo no soy nadie para decirle a cualquiera, ni siquiera a ti “No te suicides” o decirte qué hacer con tu vida, pero no tienes el derecho de privarte de ella. Hay cosas que pueden funcionar, que pueden hacer sentirte mejor –Un abrazo tuyo, por ejemplo. –Hay no, no digas eso. Me haces sentir como si fuera la gran cosa. -¿Qué haría yo sin ti? No tendría sentido vivir para mi –Sofía, si todos cada vez que tuviéramos problemas hiciéramos eso, el mundo estaría peor de lo que está ahora. Si algún día no estoy, sólo sé fuerte. –¿Has pensando ya en no estar? Me das a dejar sola, está bien… No importo, sólo dilo y ya, me voy haciendo a la idea. –Sofía no eso, obvio me importas. Te quiero y no quiero que te pase nada, en serio –Pensé que no te gustaba decir esa frase… -Si tengo que hacerlo, lo diré… Me has hecho decirlo… Te quiero. Eres una de las pocas personas a la que confío mis secretos, no quiero que te pase nada –No sé que decirte –Que tal un: No lo haré nunca Sebas… y claro, regálame una sonrisa. –No quiero que termine este año… -Ya te acordaste, genial! Regresaré, sólo es un año o quizá menos… Estaremos bien, prométemelo sí?” Sofía sabia que igual que ella, él tenía la manía de olvidar lo doloroso, pero no le veía el por qué de olvidarse de una promesa. Le dolía demasiado y él no había cumplido su parte, por qué ella debía de hacerlo. Aunque sería mucho más sencillo si no lo recordase… Sus palabras, la sangre, él, su familia, sus sueños, aquellas promesas, recuerdos, gritos, silencio, ideas, él, sombras, sangre… “Es… sofisticado”.

sábado, 23 de agosto de 2008

Sofía se escribe con S III y IV

He decido subirlos de dos en dos..O.o

Sobrevivir
¿Sobrevivir?... Ya no le importaba. Era irónico: ¿a quién le importaba? “Nómbrenme a una a alguna persona a quien yo le importe”. Silencio absoluto. No entendían, nadie podía entenderla y ya ni valía la pena preguntarse el por qué. Era consciente de que muchos trataron pero ninguno fue capaz; unos, casi; otros, poco… Pero finalmente: Nadie lo logró. Todo estaría perdido, aunque: “Quizá tú. -¿Quizá yo qué?- No, nada.”
Todo estaba listo: las cartas y sus destinatarios donde explicaba sus razones y todo. Eran ridículas y ni fundamentar correctamente sus razones podía, pues de todos modos nadie la entendería. Había tenido toda la semana para despedirse y lo triste es que nadie se había dado cuenta… Porque, después de todo… “No importo”. Es que nadie se da cuenta hasta después de que sucede y comienzan las lamentaciones "¿Por qué no me di cuenta?"... ¿Por qué? Era tan buena, tan querida, tan inteligente, tenía muchos amigos"...Y sarcásticamente piensas: Sí, claro. Es que la razón ya está dada: nadie la entendía, no podían hacerlo. Otros, simplemente no querían darse cuenta y así evitarse problemas; pobres conciencias. Pero es la verdad lo crean o no; así eran las cosas, así son...
“¡Sofía cálmate!, ¡despierta! ¡Esto no es un sueño!, ¡Sofía regresa!, ¿Sofía?...” Recordaba y pensaba que al fin no volvería a escuchar tantos quejidos. Nunca más. “Déjenme morir, ya no quiero seguir viviendo, subsistiendo. Mi vida no tiene sentido, a nadie le importa. A mi ya no me importa. Es que acaso no se dan cuenta de que mi existencia es vana. Ya no deseo vivir… ¿por qué? ¿Para quién? ¿Para qué? No lo deseo. Sufrir otra vez, ¿con lo mismo? Siempre será lo mismo. ¡Es que ya! ¡Basta! Ya no quiero, no lo deseo, no lo haré. Ni una vez mas, ni siquiera pensarlo, no tiene sentido… ¿Es que acaso no lo entiendes? No quiero ser una más del montón…No quiero ser invisible. No lo haré. Ni por ti, ni por mí, ni por él. No lo haré por nadie, no voy a sobrevivir"

Simple.
“Simple, siempre ha sido así, desde siempre. ¡Tan… tan simple! ¿Está mal pedir mucho? Porque… si es tan simple por qué nadie puede entender?” Sofía decidió el ya no querer vivir más, no tenía razón alguna para sobrevivir una vez más… ¿para qué? Estaba sola. La habían dejado sola, una vez más… “Todos… tú… ¿Por qué siempre estoy sola?... ¿Por qué no me muero de una vez?¿Por qué nunca tengo lo que quiero?”. Sofía piensa, quiere morir. Era una tarde de otoño, 6:07 p.m., Sofía una niña de 15 años… ¿cómo describirla?... “La niña perfecta”. La mejor novia, la mejor alumna, la mejor amiga… “Debe ser tan feliz, ¡mírala! Se le nota en el rostro, siempre sonriendo, siempre la mejor en todo”.
La pluma cayó del borde de la cama al suelo, a su lado derecho estaban las cartas manchadas ligeramente por la punta y extendiéndose poco a poco de sangre. “¡Rayos!... si se mancha toda la carta, si se llegan a manchar las dos… Nadie las entenderá… ¿las leerán?...OK… ¿cuánto tiempo puede estar viva una persona que se está desangrando?... ¿queé?...solo han pasado 6 minutos…”
Sofía, boca arriba sobre el borde de su cama, mirando el reloj, mirándose en el espejo de la pared. Pensaba, moría. No quería pensar quería morir, pero tampoco podía evitarlo… ¿qué podía hacer? Solo cerrar los ojos y dejarse morir. Dormir, dormir profundamente, caer en un sueño del que jamás podría volver a despertar.
Y las palabras resonaban en su mente. “¡Es tan simple!”

domingo, 3 de agosto de 2008

La noche de los feos

La noche de los feos
Mario Benedetti

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
"¿Qué está pensando?", pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"
"Sí", dijo, todavía mirándome.
"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."
"Sí."
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."
"¿Algo cómo qué?"
"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
"Prométame no tomarme como un chiflado."
"Prometo."
"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"
"No."
"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
"Vamos", dijo.
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

jueves, 31 de julio de 2008

El ahogado mas hermoso del mundo

El ahogado mas hermoso del mundo
Gabriel García Márquez

Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado. Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo. No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos. Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación. No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró: —Tiene cara de llamarse Esteban. Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas. —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro! Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento. Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban. Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

miércoles, 30 de julio de 2008

Sofía se escribe con S II

Soledad
Soledad, cómo no sentirla si esta la perseguía a donde fuese o no fuese, como no percibirla si vivía dentro de sí; pues a ella no le importa con quien estuviese o en qué circunstancias. Ella era – por decirlo así- su única acompañante y era precisamente aquella aborrecida soledad la que la invadía lentamente y que poco a poco iba recorriendo su espacio impregnándose en su habitación, inundando su mente, explorando su cuerpo y su alma; llevándola a tal punto que era probable que enloquezca. Sentirse miserable no tenía nada de malo en aquellos momentos.
Eran las 6 p.m., de un día cualquiera y se sentía tan sola y miserable como nunca lo había estado, y… y… y….pero (¡!).
Pero la calmaba el saber que pronto dejaría de sentir, pronto desaparecería: moriría desangrada y no tendría que volver a saber de soledades, de dolores internos, de desprecios externos, de sonrisas falsas y máscaras… y tantas cosas que le molestaban y que no podía cambiar. “¿Fin?.. ¿Hola?... ¿ya estoy muerta? ¿Por qué no muero? ¿No es suficiente, acaso? Soy tan cobarde, que no puedo morir o qué ¿Qué hice mal? ¿Es qué acaso todo lo hago mal?”
Era reconfortante e irónico, estar muriendo y sentirse alegre, sonreír de verdad pues por fin alguien la vería; alguien sabría de su existencia aunque no por lo que siempre ella había soñado. Se preguntaba si saldría en algún periódico, siempre soñó con aparecer en alguna portada, quizá alguien se apiadase de ella y le haga ese favor… “No, aún respiro...” Gruñó.
Y tenía tanta fe, tanta esperanza porque sucediera, poca pero la tenía. Porque cuando muriese ya no estaría sola nunca jamás: Sofía ocuparía un espacio entre muchos anuncios de personas fallecidas, entre muchos suicidas en la TV, entre muchos muertos… Jamás estaría sola y lo mejor de todo, no existe ni existirá manera alguna de que la dejaran sola de nuevo. Su sueño se haría realidad…
Se sentó en su cama. “¿Cómo morirme mas rápido? Debería haber un manual. Quizá sea la posición”, sonrío. Se acostó boca arriba en el borde de su cama, muñecas al suelo. Festejó por última vez…“Adiós a todos, adiós mundo, adiós soledad”.

domingo, 27 de julio de 2008

El pasajero de al lado

El pasajero de al lado
por Santiago Roncagliolo

Fue sólo un susto.
El frenazo y el golpe. Los golpes. Estás un poco aturdido, pero puedes moverte. Abres la portezuela y te bajas sin mirar al taxista. No te duele nada. Eres un turista. Tu única obligación es pasarlo bien.
Para tu suerte, un autobús frena en la plaza. Te subes sin ver a dónde va. Caminas hacia al fondo. Aparte del mendigo que duerme, no hay nadie más ahí. Te sientas. Miras por la ventanilla. La ciudad y la mañana se extienden ante tus ojos. Respiras hondo. Te relajas.
En la primera parada, sube una chica. Tiene unos veinte años y es muy atractiva. Rubia. Todos aquí son rubios. Es la chica que siempre has querido que se siente a tu costado. Va vestida informalmente, con jeans ajustados y zapatillas. Su abrigo está cerrado, pero sugiere su rebosante camiseta blanca. Se sienta a tu lado. No puedes evitar mirarla.
Notas que te mira.
Al principio es imperceptible. Pero lo notas. Voltea a verte rápidamente con el rabillo del ojo, durante sólo un instante. Cuando le devuelves la mirada, vuelve a bajar los ojos. Se ruboriza. Trata de disimular una sonrisa. Finalmente, como venciendo la timidez, dice coqueta:
-¿Qué estás mirando? ¡No me mires!
Vuelve a apartar la vista de ti, pero ahora no puede dejar de sonreír. Hace un gesto, como cediendo a su impulso:
-¿Por qué me miras tanto? ¿Ah? Ya sé -Ahora se entristece-. Se me nota ¿No? ¿Se me nota? Pensaba que no -Sonríe pícara-. ¿Te la enseño? Si se me nota, ya no tengo que esconderla. ¿Quieres verla? -Se da aires de interesante, pone una mirada cómplice y habla en voz baja, como si transmitiese un secreto-. Está bien, mira.
Se abre el abrigo y deja ver una enorme herida de bala en su corazón. El resto del pecho está bañado en sangre.
Ríe pícaramente y se pone repentinamente seria para anunciar:
-¿Ves? Estoy muerta.
¿Verdad que no se nota a primera vista? Nunca se nota a primera vista. No lo noté ni yo. Será porque es la primera vez que muero. No estoy acostumbrada a ese cambio. En un momento estás ahí y lo de siempre: una bala perdida, un asalto, quizá un tiroteo entre policías y narcos, pasa todos los días. Y luego ya no estás. Sabes a qué me refiero ¿Verdad?
A mí, además, me dispararon por ser demasiado sensible. De verdad. Por solidarizarme. Íbamos Niki y yo a una pelea de perros. Niki es mi novio y es héroe de guerra. Sí. De una guerra que hubo hace poco… No. No recuerdo dónde. Niki tiene un perrito que se llama Buba y una pistola que se llama Umarex CPSport. Pero al que más quiere es a Buba. Es un perro muy profesional. Ya ha despedazado a otros tres perros y a un gato. No deja ni los pellejos. Increíble. A Niki le encanta. Es su mejor amigo, de hecho. Entonces, íbamos en el auto, y Niki y Buba iban delante. Yo iba en el asiento trasero. A Niki le gusta que nos sentemos así, dice que es el orden natural de las cosas. Niki es muy ordenado con sus cosas. Y muy natural.
Saliendo de la ciudad hacia el… ¿Perródromo? No, eso es para carreras ¿Cómo se llama donde hay peleas de perros? Bueno, íbamos para allá y paramos en una gasolinera para que Niki fuese al baño. Aparte de una pistola y un perro, Niki tiene problemas de incontinencia, pero no se lo digas nunca en voz alta, de verdad, por tu bien. O sea que Buba y yo nos quedamos a solas en el auto. Perdona que me interrumpa, pero no me mires demasiado la herida, por favor. Odio a los hombres que no pueden levantar la vista del pecho de una. Y a las mujeres también. Si no estuviera muerta, llamaría a Niki para que me haga respetar. ¿O.K? O.K.
Bueno, sigo: estamos en el auto ¿No? Buba y yo. Y Buba me empieza a mirar con esa carita de que quiere ir al baño. O sea, no al baño, porque es un animal ¿No? Pero a lo más cercano a un baño que pueda ir ¿O.K.? Y me mira para que lo lleve. De verdad, no creerías que es un perro asesino si vieras la cara que pone cuando quiere ir al baño. Se le chorrean los mofletes, se le caen los ojos y hace gemiditos liiindis. Así que lo miro con carita de pena, lo comprendo ¿me entiendes? y le abro la puerta para que pueda desahogarse.
Buba baja y yo lo acompaño unos pasos, pero luego veo que en la tienda de la gasolinera hay una oferta de acondicionadores Revlon, así que me detengo porque es algo importante y él sigue. Y entonces, aparece el otro perro. O sea, una mierda de perro, perdón por la palabra ¿No? un chucho callejero y chusco con la cola sin cortar y las orejas caídas ¿Has visto a los perros sin corte de orejas y cola? Aj, horribles. Pues peor.
Bueno, te imaginarás ¿No? El chusco se pone a ladrar, Buba se pone a ladrar, se caldean los ánimos, los acondicionadores Revlon sólo están de oferta si te llevas un champú, Niki no termina nunca de hacer pila y, de repente, la persecución de Buba al otro, los ladridos, los mordiscos. Lo de siempre, excepto el camión. Lo del camión si que no había cómo preverlo porque, o sea, no es que una pueda adivinar el futuro. Sabes a qué me refiero ¿Verdad? Yo llegué a escuchar el frenazo y el quejido perruno.
Francamente, por esa mariconada de quejido, yo pensé que había chancado al chusco.
Pero no fue así.
Cuando Niki salió del baño y vio a su perro, yo ya estaba buscando protectores solares. Niki se arrodilló junto a Buba, le besó las heridas, se puso de pie y vino directamente hacia mí. Yo lo recibí con una sonrisa, pensando, mira, qué bien ¿No? Nosotros estamos vivos, o sea, ha podido ser peor. Y él me recibió con cuatro disparos de la Umarex CPSport. Es amarilla la Umarex CPSport ¿Algunas ves has visto una pistola amarilla? Niki tiene una.
Lo demás de estar muerto es rutinario. Sabes a qué me refiero ¿Verdad? Es aburrido, porque ya nadie que esté vivo te escucha. Eso sí, vienen por ti, te llevan en una camilla, o sea, ya estás muerta pero igual te llevan en una camilla y en una ambulancia. Qué fuerte ¿No? Como si estuvieras viva. Eso te hace sentir bien ¿No?. Valorada. Te llevan a una clínica privada, llenan unos papeles y ahí te guardan. Hace frío ahí.
Hace mucho frío.
Ya ahí conoces otros cadáveres, te comparas con ellos, te das cuenta de que estás mucho mejor que ellos, o sea, te ves bien a pesar de las dificultades ¿No? Y eso es importante para sentirte bien contigo misma. Claro, la herida no ayuda, pero no te imaginas cómo está la gente ahí ¿Ah? O sea, no se cuidan nada. Y eso que son gente bien ¿Ah? No creas que a cualquier muerto lo llevan a una clínica de esas.
Al principio sobre todo te sientes bien insegura. Es como si te diera la regla pero sin parar y por el pecho. Entonces, es bien incómodo. Pero luego llega un doctor guapísimo, de verdad. Sabes a lo que me refiero ¿No? Entonces están tú y él a solas, pero no como con Buba en el auto, sino distinto, porque tú estás muerta y él no es un perro, es como más íntimo ¿no? Y él empieza a tocarte, a acariciarte, masajearte, pasa sus manos por tu cuerpo. Y están calientes sus manos. La mayoría de las cosas vivas están calientes. Y luego te abre en canal para buscar cosas en tu interior. Y ¿Sabes qué? Sientes… no sé… sientes que es la primera vez que un hombre tiene interés en tu interior. No sé. Es como muy personal. Pero te dejas, permites que sus manos recorran tu anatomía, te parece que nadie te había tocado antes en serio. Y te da un poco de penita, de verdad. Hay cosas que yo no sabía que tenía, que en toda mi vida nunca lo supe, como el duodeno, la aorta, el esternocleidomastoideo ¿No? El tríceps si sabía, por el gimnasio. Y te dices, pucha, me habría gustado saber que tenía todo esto porque, no sé ¿No? Es parte de ti y tienes que vivir con eso y éste hombre las descubre para ti. No sé cómo explicarlo. Es algo supersuperpersonal. De haber tenido fluidos, creo que hasta habría tenido un orgasmo. ¿Y sabes por qué hace eso el forense? ¿Por qué me lo hizo a mí con ese cariño? No sé, lo he estado pensando un montón, no creas, y… creo que lo hace porque a mí no se me nota. Claro, si me miras bien, sí. Pero a primera vista no se me nota lo muerta. Yo creo que al forense le gustan las muertas poco ostentosas. Yo soy muy sencilla. Y tú también, de verdad. Si no hubiera visto tu accidente en el taxi, hasta pensaría que estás vivo. Uno te tiene que mirar bien para darse cuenta, pero al final, un ojo con experiencia puede percibirlo.
Es por tu mirada, creo.
Tienes ojos de muerto.

sábado, 26 de julio de 2008

Sofía se escribe con S I

Bueno, aquí empieza mi historia...
Aclaraciones: La primera palabra es el nombre del capítulo.


Sangre
Sangre, es el componente mas importante en las personas y de los animales, claro está. Sangre, es el alimento de los vampiros que tanto están de moda, ahora de donde provenga la sangre consumida, ya es otra cosa. Sangre, antiguamente era considerada como la sustancia predominante en individuos de temperamento fuerte, es lo que se llamaba teoría humoral. Sangre, es lo que representa el 7% del peso de un cuerpo humano promedio; se dice que en un adulto pueden hasta haber 5 litros. Sangre, sí esa misma, la que dependiendo puede ser de un rojo brillante o de un rojo oscuro y opaco. Sangre… Sangre… Sangre, era lo que brotaba de sus muñecas, ambas. En sangre pensaba, era la palabra que más oía, le había encontrado un olor, un significado, la veía en todas partes… Sangre era lo que sentía en aquellos momentos, o mejor dicho lo que quería sentir. Sofía se encontraba en su habitación; siempre tan ordenado y limpio, de color claro- que contrastaba con el rojo de su sangre-, piso de mármol, ventanas amplias, muebles de madera, una pequeña librero, un espejo en la pared con decorados isabelinos, luminoso y amplio. No había alguna otra persona en toda su casa, siempre estaba sola, encerrada en su habitación, su pequeño fuerte, su mundo; no es que le gustase estar sola, pero en su casa siempre había sido así. Desde que tenía memoria recordaba el haber estado siempre sola. Así que ahora no quería ver, ni saber de alguien, solo quería dejarse morir, desaparecer, solo quería sentir un vez más, dejar de sentirse humana, patéticamente sola y sufrida, dejar todo fluir… dejar fluir una última cosa: sangre…

jueves, 24 de julio de 2008

El cuento de la isla desconocida

El cuento de la isla desconocida
José Saramago

Un hombre llamó a la puerta del rey y le dijo, Dame un barco. La casa del rey tenía muchas más puertas, pero aquélla era la de las peticiones. Como el rey se pasaba todo el tiempo sentado ante la puerta de los obsequios (entiéndase, los obsequios que le entregaban a él), cada vez que oía que alguien llamaba a la puerta de las peticiones se hacía el desentendido, y sólo cuando el continuo repiquetear de la aldaba de bronce subía a un tono, más que notorio, escandaloso, impidiendo el sosiego de los vecinos (las personas comenzaban a murmurar, Qué rey tenemos, que no atiende), daba orden al primer secretario para que fuera a ver lo que quería el impetrante, que no había manera de que se callara. Entonces, el primer secretario llamaba al segundo secretario, éste llamaba al tercero, que mandaba al primer ayudante, que a su vez mandaba al segundo, y así hasta llegar a la mujer de la limpieza que, no teniendo en quién mandar, entreabría la puerta de las peticiones y preguntaba por el resquicio, Y tú qué quieres. El suplicante decía a lo que venía, o sea, pedía lo que tenía que pedir, después se instalaba en un canto de la puerta, a la espera de que el requerimiento hiciese, de uno en uno, el camino contrario, hasta llegar al rey. Ocupado como siempre estaba con los obsequios, el rey demoraba la respuesta, y ya no era pequeña señal de atención al bienestar y felicidad del pueblo cuando pedía un informe fundamentado por escrito al primer secretario que, excusado será decirlo, pasaba el encargo al segundo secretario, éste al tercero, sucesivamente, hasta llegar otra vez a la mujer de la limpieza, que opinaba sí o no de acuerdo con el humor con que se hubiera levantado.
Sin embargo, en el caso del hombre que quería un barco, las cosas no ocurrieron así. Cuando la mujer de la limpieza le preguntó por el resquicio de la puerta, Y tú qué quieres, el hombre, en vez de pedir, como era la costumbre de todos, un título, una condecoración, o simplemente dinero, respondió. Quiero hablar con el rey, Ya sabes que el rey no puede venir, está en la puerta de los obsequios, respondió la mujer, Pues entonces ve y dile que no me iré de aquí hasta que él venga personalmente para saber lo que quiero, remató el hombre, y se tumbó todo lo largo que era en el rellano, tapándose con una manta porque hacía frío. Entrar y salir sólo pasándole por encima. Ahora, bien, esto suponía un enorme problema, si tenemos en consideración que, de acuerdo con la pragmática de las puertas, sólo se puede atender a un suplicante cada vez, de donde resulta que mientras haya alguien esperando una respuesta, ninguna otra persona podrá aproximarse para exponer sus necesidades o sus ambiciones. A primera vista, quien ganaba con este artículo del reglamento era el rey, puesto que al ser menos numerosa la gente que venía a incomodarlo con lamentos, más tiempo tenía, y más sosiego, para recibir, contemplar y guardar los obsequios. A segunda vista, sin embargo, el rey perdía, y mucho, porque las protestas públicas, al notarse que la respuesta tardaba más de lo que era justo, aumentaban gravemente el descontento social, lo que, a su vez, tenía inmediatas y negativas consecuencias en el flujo de obsequios. En el caso que estamos narrando, el resultado de la ponderación entre los beneficios y los perjuicios fue que el rey, al cabo de tres días, y en real persona, se acercó a la puerta de las peticiones, para saber lo que quería el entrometido que se había negado a encaminar el requerimiento por las pertinentes vías burocráticas. Abre la puerta, dijo el rey a la mujer de la limpieza, y ella preguntó, Toda o sólo un poco.
El rey dudó durante un instante, verdaderamente no le gustaba mucho exponerse a los aires de la calle, pero después reflexionó que parecería mal, aparte de ser indigno de su majestad, hablar con un súbdito a través de una rendija, como si le tuviese miedo, sobre todo asistiendo al coloquio la mujer de la limpieza, que luego iría por ahí diciendo Dios sabe qué, De par en par, ordenó. El hombre que quería un barco se levantó del suelo cuando comenzó a oír los ruidos de los cerrojos, enrolló la manta y se puso a esperar. Estas señales de que finalmente alguien atendería y que por tanto el lugar pronto quedaría desocupado, hicieron aproximarse a la puerta a unos cuantos aspirantes a la liberalidad del trono que andaban por allí, prontos para asaltar el puesto apenas quedase vacío. La inopinada aparición del rey (nunca una tal cosa había sucedido desde que usaba corona en la cabeza) causó una sorpresa desmedida, no sólo a los dichos candidatos, sino también entre la vecindad que, atraída por el alborozo repentino, se asomó a las ventanas de las casas, en el otro lado de la calle. La única persona que no se sorprendió fue el hombre que vino a pedir un barco. Calculaba él, y acertó en la previsión, que el rey, aunque tardase tres días, acabaría sintiendo la curiosidad de ver la cara de quien, nada más y nada menos, con notable atrevimiento, lo había mandado llamar. Dividido entre la curiosidad irreprimible y el desagrado de ver tantas personas juntas, el rey, con el peor de los modos, preguntó tres preguntas seguidas, Tú qué quieres, Por qué no dijiste lo que querías, Te crees que no tengo nada más que hacer, pero el hombre sólo respondió a la primera pregunta, Dame un barco, dijo. El asombro dejó al rey hasta tal punto desconcertado que la mujer de la limpieza se vio obligada a acercarle una silla de enea, la misma en que ella se sentaba cuando necesitaba trabajar con el hilo y la aguja, pues, además de la limpieza, tenía también la responsabilidad de algunas tareas menores de costura en el palacio, como zurcir las medias de los pajes. Mal sentado, porque la silla de enea era mucho más baja que el trono, el rey buscaba la mejor manera de acomodar las piernas, ora encogiéndolas, ora extendiéndolas para los lados, mientras el hombre que quería un barco esperaba con paciencia la pregunta que seguiría, Y tú para qué quieres un barco, si puede saberse, fue lo que el rey preguntó cuando finalmente se dio por instalado con sufrible comodidad en la silla de la mujer de la limpieza, Para buscar la isla desconocida, respondió el hombre. Qué isla desconocida, preguntó el rey, disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada, La isla desconocida, repitió el hombre, Hombre, ya no hay islas desconocidas, Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas, Están todas en los mapas, En los mapas están sólo las islas conocidas, Y qué isla desconocida es esa que tú buscas, Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida, A quién has oído hablar de ella, preguntó el rey, ahora más serio, A nadie, En ese caso, por qué te empeñas en decir que ella existe, Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida, Y has venido aquí para pedirme un barco, Sí, vine aquí para pedirte un barco, Y tú quién eres para que yo te lo dé, Y tú quién eres para no dármelo, Soy el rey de este reino y los barcos del reino me pertenecen todos, Más les pertenecerás tú a ellos que ellos a ti, Qué quieres decir, preguntó el rey inquieto, Que tú sin ellos nada eres, y que ellos, sin ti, pueden navegar siempre, Bajo mis órdenes, con mis pilotos y mis marineros, No te pido marineros ni piloto, sólo te pido un barco, Y esa isla desconocida, si la encuentras, será para mí, A ti, rey, sólo te interesan las islas conocidas,
También me interesan las desconocidas, cuando dejan de serlo, Tal vez ésta no se deje conocer, Entonces no te doy el barco, Darás. Al oír esta palabra, pronunciada con tranquila firmeza, los aspirantes a la puerta de las peticiones, en quienes, minuto tras minuto, desde el principio de la conversación iba creciendo la impaciencia, más por librarse de él que por simpatía solidaria, resolvieron intervenir en favor del hombre que quería el barco, comenzando a gritar. Dale el barco, dale el barco. El rey abrió la boca para decirle a la mujer de la limpieza que llamara a la guardia del palacio para que estableciera inmediatamente el orden público e impusiera disciplina, pero, en ese momento, las vecinas que asistían a la escena desde las ventanas se unieron al coro con entusiasmo, gritando como los otros, Dale el barco, dale el barco. Ante tan ineludible manifestación de voluntad popular y preocupado con lo que, mientras tanto, habría perdido en la puerta de los obsequios, el rey levantó la mano derecha imponiendo silencio y dijo, Voy a darte un barco, pero la tripulación tendrás que conseguirla tú, mis marineros me son precisos para las islas conocidas. Los gritos de aplauso del público no dejaron que se percibiese el agradecimiento del hombre que vino a pedir un barco, por el movimiento de los labios tanto podría haber dicho Gracias, mi señor, como Ya me las arreglaré, pero lo que nítidamente se oyó fue lo que a continuación dijo el rey, Vas al muelle, preguntas por el capitán del puerto, le dices que te mando yo, y él que te dé el barco, llevas mi tarjeta. El hombre que iba a recibir un barco leyó la tarjeta de visita, donde decía Rey debajo del nombre del rey, y eran éstas las palabras que él había escrito sobre el hombro de la mujer de la limpieza, Entrega al portador un barco, no es necesario que sea grande, pero que navegue bien y sea seguro, no quiero tener remordimientos en la conciencia si las cosas ocurren mal. Cuando el hombre levantó la cabeza, se supone que esta vez iría a agradecer la dádiva, el rey ya se había retirado, sólo estaba la mujer de la limpieza mirándolo con cara de circunstancias. El hombre bajó del peldaño de la puerta, señal de que los otros candidatos podían avanzar por fin, superfluo será explicar que la confusión fue indescriptible, todos queriendo llegar al sitio en primer lugar, pero con tan mala suerte que la puerta ya estaba cerrada otra vez. La aldaba de bronce volvió a llamar a la mujer de la limpieza, pero la mujer de la limpieza no está, dio la vuelta y salió con el cubo y la escoba por otra puerta, la de las decisiones, que apenas es usada, pero cuando lo es, lo es. Ahora sí, ahora se comprende el porqué de la cara de circunstancias con que la mujer de la limpieza estuvo mirando, ya que, en ese preciso momento, había tomado la decisión de seguir al hombre así que él se dirigiera al puerto para hacerse cargo del barco. Pensó que ya bastaba de una vida de limpiar y lavar palacios, que había llegado la hora de mudar de oficio, que lavar y limpiar barcos era su vocación verdadera, al menos en el mar el agua no le faltaría. No imagina el hombre que, sin haber comenzado a reclutar la tripulación, ya lleva detrás a la futura responsable de los baldeos y otras limpiezas, también es de este modo como el destino acostumbra a comportarse con nosotros, ya está pisándonos los talones, ya extendió la mano para tocarnos en el hombro, y nosotros todavía vamos murmurando, Se acabó, no hay nada más que ver, todo es igual.
Andando, andando, el hombre llegó al puerto, fue al muelle, preguntó por el capitán, y mientras venía, se puso a adivinar cuál sería, de entre los barcos que allí estaban, el que iría a ser suyo, grande ya sabía que no, la tarjeta de visita del rey era muy clara en este punto, por consiguiente quedaban descartados los paquebotes, los cargueros y los navíos de guerra, tampoco podría ser tan pequeño que aguantase mal las fuerzas del viento y los rigores del mar, en este punto también había sido categórico el rey, que navegue bien y sea seguro, fueron éstas sus formales palabras, excluyendo así explícitamente los botes, las falúas y las chalupas, que siendo buenos navegantes, y seguros, cada uno conforme a su condición, no nacieron para surcar los océanos, que es donde se encuentran las islas desconocidas. Un poco apartada de allí, escondida detrás de unos bidones, la mujer de la limpieza pasó los ojos por los barcos atracados, Para mi gusto, aquél, pensó, aunque su opinión no contaba, ni siquiera había sido contratada, vamos a oír antes lo que dirá el capitán del puerto. El capitán vino, leyó la tarjeta, miró al hombre de arriba abajo y le hizo la pregunta que al rey no se le había ocurrido, Sabes navegar, tienes carnet de navegación, a lo que el hombre respondió, Aprenderé en el mar. El capitán dijo, No te lo aconsejaría, capitán soy yo, y no me atrevo con cualquier barco, Dame entonces uno con el que pueda atreverme, no, uno de ésos no, dame un barco que yo respete y que pueda respetarme a mí, Ese lenguaje es de marinero, pero tú no eres marinero, Si tengo el lenguaje, es como si lo fuese. El capitán volvió a leer la tarjeta del rey, después preguntó, Puedes decirme para qué quieres el barco, Para ir en busca de la isla desconocida, Ya no hay islas desconocidas, Lo mismo me dijo el rey, Lo que él sabe de islas lo aprendió conmigo, Es extraño que tú, siendo hombre de mar, me digas eso, que ya no hay islas desconocidas, hombre de tierra soy yo, y no ignoro que todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas, Pero tú, si bien entiendo, vas a la búsqueda de una donde nadie haya desembarcado nunca, Lo sabré cuando llegue, Si llegas, Sí, a veces se naufraga en el camino, pero si tal me ocurre, deberás escribir en los anales del puerto que el punto adonde llegué fue ése, Quieres decir que llegar, se llega siempre, No serías quien eres si no lo supieses ya. El capitán del puerto dijo, Voy a darte la embarcación que te conviene. Cuál, Es un barco con mucha experiencia, todavía del tiempo en que toda la gente andaba buscando islas desconocidas, Cuál, Creo que incluso encontró algunas, Cuál, Aquél. Así que la mujer de la limpieza percibió para dónde apuntaba el capitán, salió corriendo de detrás de los bidones y gritó, Es mi barco, es mi barco, hay que perdonarle la insólita reivindicación de propiedad, a todo título abusiva, el barco era aquel que le había gustado, simplemente. Parece una carabela, dijo el hombre, Más o menos, concordó el capitán, en su origen era una carabela, después pasó por arreglos y adaptaciones que la modificaron un poco, Pero continúa siendo una carabela, Sí, en el conjunto conserva el antiguo aire, Y tiene mástiles y velas, Cuando se va en busca de islas desconocidas, es lo más recomendable. La mujer de la limpieza no se contuvo, Para mí no quiero otro, Quién eres tú, preguntó el hombre, No te acuerdas de mí, No tengo idea, Soy la mujer de la limpieza, Qué limpieza, La del palacio del rey, La que abría la puerta de las peticiones, No había otra, Y por qué no estás en el palacio del rey, limpiando y abriendo puertas, Porque las puertas que yo quería ya fueron abiertas y porque de hoy en adelante sólo limpiaré barcos, Entonces estás decidida a ir conmigo en busca de la isla desconocida, Salí del palacio por la puerta de las decisiones, Siendo así, ve para la carabela, mira cómo está aquello, después del tiempo pasado debe precisar de un buen lavado, y ten cuidado con las gaviotas, que no son de fiar, No quieres venir conmigo a conocer tu barco por dentro, Dijiste que era tuyo, Disculpa, fue sólo porque me gustó, Gustar es probablemente la mejor manera de tener, tener debe de ser la peor manera de gustar. El capitán del puerto interrumpió la conversación, Tengo que entregar las llaves al dueño del barco, a uno o a otro, resuélvanlo, a mí tanto me da, Los barcos tienen llave, preguntó el hombre, Para entrar, no, pero allí están las bodegas y los pañoles, y el camarote del comandante con el diario de a bordo, Ella que se encargue de todo, yo voy a reclutar la tripulación, dijo el hombre, y se apartó.
La mujer de la limpieza fue a la oficina del capitán para recoger las llaves, después entró en el barco, dos cosas le valieron, la escoba del palacio y el aviso contra las gaviotas, todavía no había acabado de atravesar la pasarela que unía la amurada al atracadero y ya las malvadas se precipitaban sobre ella gritando, furiosas, con las fauces abiertas, como si la fueran a devorar allí mismo. No sabían con quién se enfrentaban. La mujer de la limpieza posó el cubo, se guardó las llaves en el seno, plantó bien los pies en la pasarela y, remolineando la escoba como si fuese un espadón de los buenos tiempos, consiguió poner en desbandada a la cuadrilla asesina. Sólo cuando entró en el barco comprendió la ira de las gaviotas, había nidos por todas partes, muchos de ellos abandonados, otros todavía con huevos, y unos pocos con gaviotillas de pico abierto, a la espera de comida, Pues sí, pero será mejor que se muden de aquí, un barco que va en busca de la isla desconocida no puede tener este aspecto, como si fuera un gallinero, dijo. Tiró al agua los nidos vacíos, los otros los dejó, luego veremos. Después se remangó las mangas y se puso a lavar la cubierta. Cuando acabó la dura tarea, abrió el pañol de las velas y procedió a un examen minucioso del estado de las costuras, tanto tiempo sin ir al mar y sin haber soportado los estirones saludables del viento. Las velas son los músculos del barco, basta ver cómo se hinchan cuando se esfuerzan, pero, y eso mismo les sucede a los músculos, si no se les da uso regularmente, se aflojan, se ablandan, pierden nervio. Y las costuras son los nervios de las velas, pensó la mujer de la limpieza, contenta por aprender tan de prisa el arte de la marinería. Encontró deshilachadas algunas bastillas, pero se conformó con señalarlas, dado que para este trabajo no le servían la aguja y el hilo con que zurcía las medias de los pajes antiguamente, o sea, ayer. En cuanto a los otros pañoles, enseguida vio que estaban vacíos. Que el de la pólvora estuviese desabastecido, salvo un polvillo negro en el fondo, que al principio le parecieron cagaditas de ratón, no le importó nada, de hecho no está escrito en ninguna ley, por lo menos hasta donde la sabiduría de una mujer de la limpieza es capaz de alcanzar, que ir por una isla desconocida tenga que ser forzosamente una empresa de guerra. Ya le enfadó, y mucho, la falta absoluta de municiones de boca en el pañol respectivo, no por ella, que estaba de sobra acostumbrada al mal rancho del palacio, sino por el hombre al que dieron este barco, no tarda que el sol se ponga, y él aparecerá por ahí clamando que tiene hambre, que es el dicho de todos los hombres apenas entran en casa, como si sólo ellos tuviesen estómago y sufriesen de la necesidad de llenarlo, Y si trae marineros para la tripulación, que son unos ogros comiendo, entonces no sé cómo nos vamos a gobernar, dijo la mujer de la limpieza.
No merecía la pena preocuparse tanto. El sol acababa de sumirse en el océano cuando el hombre que tenía un barco surgió en el extremo del muelle. Traía un bulto en la mano, pero venía solo y cabizbajo. La mujer de la limpieza fue a esperarlo a la pasarela, antes de que abriera la boca para enterarse de cómo había transcurrido el resto del día, él dijo, Estate tranquila, traigo comida para los dos, Y los marineros, preguntó ella, Como puedes ver, no vino ninguno, Pero los dejaste apalabrados, al menos, volvió a preguntar ella, Me dijeron que ya no hay islas desconocidas, y que, incluso habiéndolas, no iban a dejar el sosiego de sus lares y la buena vida de los barcos de línea para meterse en aventuras oceánicas, a la búsqueda de un imposible, como si todavía estuviéramos en el tiempo del mar tenebroso, Y tú qué les respondiste, Que el mar es siempre tenebroso, Y no les hablaste de la isla desconocida, Cómo podría hablarles de una isla desconocida, si no la conozco, Pero tienes la certeza de que existe, Tanta como de que el mar es tenebroso, En este momento, visto desde aquí, con las aguas color de jade y el cielo como un incendio, de tenebroso no le encuentro nada, Es una ilusión tuya, también las islas a veces parece que fluctúan sobre las aguas y no es verdad, Qué piensas hacer, si te falta una tripulación, Todavía no lo sé, Podríamos quedarnos a vivir aquí, yo me ofrecería para lavar los barcos que vienen al muelle, y tú, Y yo, Tendrás un oficio, una profesión, como ahora se dice, Tengo, tuve, tendré si fuera preciso, pero quiero encontrar la isla desconocida, quiero saber quién soy yo cuando esté en ella, No lo sabes, Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual. El incendio del cielo iba languideciendo, el agua de repente adquirió un color morado, ahora ni la mujer de la limpieza dudaría que el mar es de verdad tenebroso, por lo menos a ciertas horas.
Dijo el hombre, Dejemos las filosofías para el filósofo del rey, que para eso le pagan, ahora vamos a comer, pero la mujer no estuvo de acuerdo, Primero tienes que ver tu barco, sólo lo conoces por fuera. Qué tal lo encontraste, Hay algunas costuras de las velas que necesitan refuerzo, Bajaste a la bodega, encontraste agua abierta, En el fondo hay alguna, mezclada con el lastre, pero eso me parece que es lo apropiado, le hace bien al barco, Cómo aprendiste esas cosas, Así, Así cómo, Como tú, cuando dijiste al capitán del puerto que aprenderías a navegar en la mar, Todavía no estamos en el mar, Pero ya estamos en el agua, Siempre tuve la idea de que para la navegación sólo hay dos maestros verdaderos, uno es el mar, el otro es el barco, Y el cielo, te olvidas del cielo, Sí, claro, el cielo, Los vientos, Las nubes, El cielo, Sí, el cielo.
En menos de un cuarto de hora habían acabado la vuelta por el barco, una carabela, incluso transformada, no da para grandes paseos. Es bonita, dijo el hombre, pero si no consigo tripulantes suficientes para la maniobra, tendré que ir a decirle al rey que ya no la quiero, Te desanimas a la primera contrariedad, La primera contrariedad fue esperar al rey tres días, y no desistí, Si no encuentras marineros que quieran venir, ya nos las arreglaremos los dos, Estás loca, dos personas solas no serían capaces de gobernar un barco de éstos, yo tendría que estar siempre al timón, y tú, ni vale la pena explicarlo, es una locura, Después veremos, ahora vamos a cenar. Subieron al castillo de popa, el hombre todavía protestando contra lo que llamara locura, allí la mujer de la limpieza abrió el fardel que él había traído, un pan, queso curado, de cabra, aceitunas, una botella de vino. La luna ya estaba a medio palmo sobre el mar, las sombras de la verga y del mástil grande vinieron a tumbarse a sus pies. Es realmente bonita nuestra carabela, dijo la mujer, y enmendó enseguida, La tuya, tu carabela, Supongo que no será mía por mucho tiempo, Navegues o no navegues con ella, la carabela es tuya, te la dio el rey, Se la pedí para buscar una isla desconocida, Pero estas cosas no se hacen de un momento para otro, necesitan su tiempo, ya mi abuelo decía que quien va al mar se avía en tierra, y eso que él no era marinero, Sin marineros no podremos navegar, Eso ya lo has dicho, Y hay que abastecer el barco de las mil cosas necesarias para un viaje como éste, que no se sabe adónde nos llevará, Evidentemente, y después tendremos que esperar a que sea la estación apropiada, y salir con marea buena, y que venga gente al puerto a desearnos buen viaje, Te estás riendo de mí, Nunca me reiría de quien me hizo salir por la puerta de las decisiones, Discúlpame, Y no volveré a pasar por ella, suceda lo que suceda. La luz de la luna iluminaba la cara de la mujer de la limpieza, Es bonita, realmente es bonita, pensó el hombre, y esta vez no se refería a la carabela. La mujer, ésa, no pensó nada, lo habría pensado todo durante aquellos tres días, cuando entreabría de vez en cuando la puerta para ver si aquél aún continuaba fuera, a la espera. No sobró ni una miga de pan o de queso, ni una gota de vino, los huesos de las aceitunas fueron a parar al agua, el suelo está tan limpio como quedó cuando la mujer de la limpieza le pasó el último paño. La sirena de un paquebote que se hacía a la mar soltó un ronquido potente, como debieron de ser los del leviatán, y la mujer dijo, Cuando sea nuestra vez, haremos menos ruido. A pesar de que estaban en el interior del muelle, el agua se onduló un poco al paso del paquebote, y el hombre dijo, Pero nos balancearemos mucho más. Se rieron los dos, después se callaron, pasado un rato uno de ellos opinó que lo mejor sería irse a dormir. No es que yo tenga mucho sueño, y el otro concordó, Ni yo, después se callaron otra vez, la luna subió y continuó subiendo, a cierta altura la mujer dijo, Hay literas abajo, y el hombre dijo, Sí, y entonces fue cuando se levantaron y descendieron a la cubierta, ahí la mujer dijo, Hasta mañana, yo voy para este lado, y el hombre respondió, Y yo para éste, hasta mañana, no dijeron babor o estribor, probablemente porque todavía están practicando en las artes. La mujer volvió atrás, Me había olvidado, se sacó del bolsillo dos cabos de velas, Los encontré cuando limpiaba, pero no tengo cerillas, Yo tengo, dijo el hombre. Ella mantuvo las velas, una en cada mano, él encendió un fósforo, después, abrigando la llama bajo la cúpula de los dedos curvados la llevó con todo el cuidado a los viejos pabilos, la luz prendió, creció lentamente como la de la luna, bañó la cara de la mujer de la limpieza, no sería necesario decir que él pensó, Es bonita, pero lo que ella pensó, sí, Se ve que sólo tiene ojos para la isla desconocida, he aquí cómo se equivocan las personas interpretando miradas, sobre todo al principio. Ella le entregó una vela, dijo, Hasta mañana, duerme bien, él quiso decir lo mismo, de otra manera, Que tengas sueños felices, fue la frase que le salió, dentro de nada, cuando esté abajo, acostado en su litera, se le ocurrirán otras frases, más espiritosas, sobre todo más insinuantes, como se espera que sean las de un hombre cuando está a solas con una mujer. Se preguntaba si ella dormiría, si habría tardado en entrar en el sueño, después imaginó que andaba buscándola y no la encontraba en ningún sitio, que estaban perdidos los dos en un barco enorme, el sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas y ellas están juntas, las reúne, y casi no se ven una a otra, la mujer duerme a pocos metros y él no sabe cómo alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor.
Le había deseado buenos sueños, pero fue él quien se pasó toda la noche soñando. Soñó que su carabela navegaba por alta mar, con las tres velas triangulares gloriosamente hinchadas, abriendo camino sobre las olas, mientras él manejaba la rueda del timón y la tripulación descansaba a la sombra. No entendía cómo estaban allí los marineros que en el puerto y en la ciudad se habían negado a embarcar con él para buscar la isla desconocida, probablemente se arrepintieron de la grosera ironía con que lo trataron. Veía animales esparcidos por la cubierta, patos, conejos, gallinas, lo habitual de la crianza doméstica, comiscando los granos de millo o royendo las hojas de col que un marinero les echaba, no se acordaba de cuándo los habían traído para el barco, fuese como fuese, era natural que estuviesen allí, imaginemos que la isla desconocida es, como tantas veces lo fue en el pasado, una isla desierta, lo mejor será jugar sobre seguro, todos sabemos que abrir la puerta de la conejera y agarrar un conejo por las orejas siempre es más fácil que perseguirlo por montes y valles. Del fondo de la bodega sube ahora un relincho de caballos, de mugidos de bueyes, de rebuznos de asnos, las voces de los nobles animales necesarios para el trabajo pesado, y cómo llegaron ellos, cómo pueden caber en una carabela donde la tripulación humana apenas tiene lugar, de súbito el viento dio una cabriola, la vela mayor se movió y ondeó, detrás estaba lo que antes no se veía, un grupo de mujeres que incluso sin contarlas se adivinaba que eran tantas cuantos los marineros, se ocupan de sus cosas de mujeres, todavía no ha llegado el tiempo de ocuparse de otras, está claro que esto sólo puede ser un sueño, en la vida real nunca se ha viajado así. El hombre del timón buscó con los ojos a la mujer de la limpieza y no la vio. Tal vez esté en la litera de estribor, descansando de la limpieza de la cubierta, pensó, pero fue un pensar fingido, porque bien sabe, aunque tampoco sepa cómo lo sabe, que ella a última hora no quiso venir, que saltó para el embarcadero, diciendo desde allí, Adiós, adiós, ya que sólo tienes ojos para la isla desconocida, me voy, y no era verdad, ahora mismo andan los ojos de él pretendiéndola y no la encuentran. En este momento se cubrió el cielo y comenzó a llover y, habiendo llovido, principiaron a brotar innumerables plantas de las filas de sacos de tierra alineados a lo largo de la amurada, no están allí porque se sospeche que no haya tierra bastante en la isla desconocida, sino porque así se ganará tiempo, el día que lleguemos sólo tendremos que trasplantar los árboles frutales, sembrar los granos de las pequeñas cosechas que van madurando aquí, adornar los jardines con las flores que abrirán de estos capullos. El hombre del timón pregunta a los marineros que descansan en cubierta si avistan alguna isla desconocida, y ellos responden que no ven ni de unas ni de otras, pero que están pensando desembarcar en la primera tierra habitada que aparezca, siempre que haya un puerto donde fondear, una taberna donde beber y una cama donde folgar, que aquí no se puede, con toda esta gente junta. Y la isla desconocida, preguntó el hombre del timón, La isla desconocida es cosa inexistente, no pasa de una idea de tu cabeza, los geógrafos del rey fueron a ver en los mapas y declararon que islas por conocer es cosa que se acabó hace mucho tiempo, Debieron haberse quedado en la ciudad, en lugar de venir a entorpecerme la navegación, Andábamos buscando un lugar mejor para vivir y decidimos aprovechar tu viaje, No son marineros, Nunca lo fuimos, Solo no seré capaz de gobernar el barco, Haber pensado en eso antes de pedírselo al rey, el mar no enseña a navegar. Entonces el hombre del timón vio tierra a lo lejos y quiso pasar adelante, hacer cuenta de que ella era el reflejo de otra tierra, una imagen que hubiese venido del otro lado del mundo por el espacio, pero los hombres que nunca habían sido marineros protestaron, dijeron que era allí mismo donde querían desembarcar, Esta es una isla del mapa, gritaron, te mataremos si no nos llevas. Entonces, por sí misma, la carabela viró la proa en dirección a tierra, entró en el puerto y se encostó a la muralla del embarcadero, Pueden irse, dijo el hombre del timón, acto seguido salieron en orden, primero las mujeres, después los hombres, pero no se fueron solos, se llevaron con ellos los patos, los conejos y las gallinas, se llevaron los bueyes, los asnos y los caballos, y hasta las gaviotas, una tras otra, levantaron el vuelo y se fueron del barco, transportando en el pico a sus gaviotillas, proeza que no habían acometido nunca, pero siempre hay una primera vez. El hombre del timón contempló la desbandada en silencio, no hizo nada para retener a quienes lo abandonaban, al menos le habían dejado los árboles, los trigos y las flores, con las trepadoras que se enrollaban a los mástiles y pendían de la amurada como festones. Debido al atropello de la salida se habían roto y derramado los sacos de tierra, de modo que la cubierta era como un campo labrado y sembrado, sólo falta que caiga un poco más de lluvia para que sea un buen año agrícola. Desde que el viaje a la isla desconocida comenzó, no se ha visto comer al hombre del timón, debe de ser porque está soñando, apenas soñando, y si en el sueño les apeteciese un trozo de pan o una manzana, sería un puro invento, nada más. Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y vaya encaminando la carabela a su destino. Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse cómo, comenzaron a cantar pájaros, estarían escondidos por ahí y pronto decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y es la hora de la siega. Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había segado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma