ACTO PRIMERO
Balboa.- Vamos?
Isabel (que no ha apartado los ojos un momento de Mauricio.Reacciona resuelta).- No. ¡Ahora necesito saber! (Avanza hacia él) ¿Por qué ha dicho "si prefiere seguir viviendo como hasta ayer"? ¿Quién es usted?
Mauricio.- ¿Qué importa eso?No se trata de mi vida sino de la suya
Isabel.- Qué es lo que pretende saber de mi?
Mauricio.- Sólo una cosa. Pero demasiado íntima para halar delante de testigos.
(Isabel duda un momento mirñandole fijamente. Se acerca a Balboa, con una súplica)
Isabel.-Déjenos solos
Balboa.-Aqui?
Isabel (Sin miedo).-Ese hombre no miente; estoy segura
Mauricio.-Acompañe al señor, Helena. Y nada de secretos con él; dígale lisa y llanamente toda la verdad.
Balboa (a Isabel).- La espero
Isabel.- Gracias. Es usted el primer hombre, el único, que ha dado un paso para defenderme. (Le estrecha las manos) Gracias.
(Balboa le besa la mano. Una leve inclinación al Director, y sale con la Secretaria)
ISABEL Y MAURICIO
Mauricio.- Tranquila ya?Isabel.- Tranquila
Mauricio.- De verdad no tiene miedo?
Isabel.- No. Ahora es algo mas profundo. No sé lo que va a decirme, pero siento que toda mi vida está pendiente de esas palabras. ¡Hable, por favor!
Mauricio.- Conteste primero (Da un paso hacia ella) Señorita Quintana, ¿qué le ocurrió anoche?
Isabel (retrocede turbada) .-¡No, eso no! ¿Con qué derecho me lo pregunta?
Mauricio.- Es necesario. Conteste.
Isabel.- ¡Déjeme! ¡No me obligue a recordarlo! ( Se deja caer en un asiento sollozando ahogadamente.)
Mauricio. Vamos, no ea niña. Míreme a los ojos: no son los de un policía ni los de un juez. Confiese sin miedo. ¿Qué le ocurrió anoche?
Isabel.- Estaba desesperada... ¡no podía más! Nunca tuve una casa, ni un hermano, ni siquiera un amigo. Y sin embargo esperaba..., esperaba en aquel cuartucho de hotel, sucio y frío. Ya ni siquiera pedía que me quisieran; me hubiera bastado a alguien a quien querer yo.
Ayer, cuando perdí mi trabajo, me sentí de pronto tan fracasada, tan inútil. Quería pensar en algo y no podía; sólo una idea estúpida me bailaba en la cabeza: "no vas a poder dormir..., no vas a poder dormir". Fue entonces cuando se me ocurrió comprar el veronal. Seguramente las calles estaban llenas de luces y de gente como otras noches, pero yo no veía a nadie. Estaba lloviendo, pero yo no me di cuenta hasta que llegué a mi cuarto tiritando. Hasta aquel pobre vaso en que revolvía el veronal tenía rajado el vidrio. Y la idea estúpida iba creciendo: ¿Por qué una noche sola...? ¿Por qué no dormirlas todas de una vez?. Algo muy hondo se rebelada dentro de mi sangre mientras volcaba en el vaso el tubo entero; pero ni un clavo de donde agarrarme; ni un recuerdo, ni una esperanza... Una mujer terminada antes de empezar. Había apagado la luz y sin embargo cerré los ojos. De repente sentí como una pedrada en los cristales y algo cayó dentro de la habitación. Encendí temblando... Era un ramo de rosas rojas, y un papel con una sola palabra: "¡Mañana!" ¿De dónde me venía aquel mensaje? ¿Quién fue capaz de encontrar entre tantas palabras inútiles la única que podía salvarme? "Mañana". Lo único que sentí es que ya no podía morir esa noche sin saberlo. Y me dormí con la lámpara encendida, abrazada a mis rosas, ¡mías!, las primeras que recibía en mi vida... y con aquella palabra buena calándome como otra lluvia: "Mañana, mañana, mañana...! (Pausa, recobrándose)...
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